SUPERLIGA Opinión | El refugio de Heinze El entrenador de Vélez nunca formó parte del carrousel mediático ni se preocupó en ser políticamente correcto para ganar adhesiones, lo que le generó muchas críticas y algunos rechazos que no lo desenfocaron de su rol ni de sus búsquedas futbolísticas. Que el técnico de Vélez, Gabriel Heinze, es un tipo áspero, no admite dudas. Y que el ambiente del fútbol argentino lo mira con un gran recelo, tampoco admite ninguna duda. Cuando hablamos del ambiente, en especial nos referimos a la prensa y también a la dirigencia.
Esta característica de personaje difícil, duro, bastante hermético y muy poco afecto a entablar diálogos públicos, es una construcción que Heinze elaboró durante toda su carrera. ¿Es una manera de protegerse? Puede ser. ¿Es una forma de ahuyentar miradas que él considera que son indiscretas e imprudentes? Es probable. ¿Es una consolidada puesta en escena que le sirve para alejarse del mundo mediático que desprecia y en algunos pasajes detesta? También es probable.
Lo real es que sabe mantener la distancia. O poner distancia. Y que parece estar muy a gusto con los distintos muros que suele levantar. Como si le permitiera mostrar un poder frente a otros espacios de poder con el que no quiere conectarse y menos aún someterse.
Hay que reconocerle su sinceridad. No se banca a los periodistas. Nunca se los bancó. Los quiere bien lejos. Los considera poco menos que enemigos declarados de su trabajo. Y no disimula su malestar cuando lo interpelan o cuando le preguntan algo simple. Y planteamos que hay que reconocerle su sinceridad porque no son pocos los entrenadores que no soportan a los periodistas, pero a la hora de repartir sonrisas y cortesías ante los micrófonos y las cámaras son los primeros en brindarse, porque temen algún tipo de represalias o de pase de facturas.
Heinze, en cambio, eligió no ser cortesano y dar pelea. Y se aferra muy convencido a ese perfil de tipo contestatario que va al frente y que no se come una. Que analiza con lupa lo que le dicen en una conferencia de prensa y como se lo dicen. Y después responde contraatacando sin tibiezas, con esa misma vehemencia que denunciaba al momento de marcar a un adversario y defender una pelota.
Con estas particularidades le fue bien en la selva del fútbol. No padeció cruces que lo hayan dejado muy mal parado. Y como no le interesa la alta exposición mediática porque cree con acierto que en cualquier momento puede ser usada en su contra, se siente más contenido en las tribunas del silencio.
Ese Heinze tan ácido como infranqueable, no es el Heinze que se relaciona día tras día con los jugadores del plantel que dirige. Ni el que recibió a Ricardo Centurión en las últimas jornadas, cuando se sumó a las prácticas de Vélez.
Con los futbolistas, en su ámbito de trabajo, se revela el hombre de 41 años que deja a un costado la máscara de hierro. Algo similar siempre ocurrió con su admirado, Marcelo Bielsa. No es que Heinze sea el alter ego del Loco Bielsa, pero esa fuerte influencia para leer e interpretar las coordenadas del fútbol y los distintos contextos, siempre fue una fuente de inspiración seductora y potente. Incluso en el área de la comunicación con la prensa. O de la incomunicación.
Pretende Heinze que el vestuario sea un lugar sagrado. Un lugar con propietarios exclusivos: los jugadores. Y en el momento indicado, los jugadores y el entrenador. Tanto celo para no dejarse invadir por voces y miradas ajenas a ese microclima no coincide ni sintoniza con la dinámica expansiva de los tiempos actuales, en el que las mayorías viven atadxs a las redes sociales y a la multiplicación sin freno de imágenes y palabras.
El refugio naturalizado por Heinze es el refugio que supieron cultivar otras generaciones. Más sensibles al adentro que al afuera. Más generadoras de silencios que de estridencias. Más orgullosos de su intimidad que de las luces de neón que ahora iluminan los espacios privados que por supuesto ya dejaron de serlo.
Quizás exagera Heinze. Y se cierra demasiado. Desconfía demasiado. Se persigue demasiado. Y hasta responde una pregunta con aires inocentes como si le estuvieran pidiendo que devele las debilidades y flaquezas de cada jugador. O las debilidades y flaquezas propias.
Igual, no da para sembrar grandes enojos ni encenderse con el tonito a veces amenazante de Heinze. Que no tenga química con la prensa ni con los dirigentes, no le baja el precio como técnico. Ni le sube el precio a aquellos que están en la vereda de enfrente.
Lo fundamental es como desarrolla lo que piensa. Vélez, en este caso, viene mostrando algo valioso: juega en función de una idea. Y este es un mérito del Gringo Heinze Lunes, 13 de enero de 2020
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