Francia e Irlanda se bajaron del tratado Europa-Mercosur
El gobierno de Macri se quedó sin su promocionada fiesta librecambista
El incendio del Amazonas dejó en tinieblas el acuerdo justo en el momento en que estaba por comenzar la cumbre de los siete países más desarrollados del planeta. Quienes celebraron en la Argentina el paso casi final hacia el acuerdo del Mercosur con la Unión Europea se van a quedar sin la fiesta librecambista por un rato.
El Brasil de Jair Bolsonaro, las urgencias políticas domésticas de Francia, el saqueo del planeta y el oportunismo de las potencias mundiales llenaron el prometido banquete de humo. El incendio del Amazonas dejó en tinieblas el acuerdo justo en el momento en que estaba por comenzar en la localidad francesa de Biarritz la cumbre de los siete países más desarrollados del planeta (G7, Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Japón) consagrada al tema de la igualdad y el medio ambiente.
El presidente francés, Emmanuel Macron, aprovechó el regalo incendiario que le hizo Jair Bolsonaro para poner en entredicho el acuerdo con el Mercosur. Después de estar dos décadas en el patíbulo, la firma de ese acuerdo, en junio de 2019, había puesto en serías dificultades al Ejecutivo francés. Inmediatamente después del anuncio el gobierno se vio enfrentado a un mundo agrícola que alzó las armas del rechazo, tanto más cuanto que, unas semanas después, se aprobó otro tratado de libre comercio con Canadá, el CETA. Con el Amazonas ardiendo como espectáculo de cataclismo y envolviendo con su humo uno de los temas de la cita del G7, es decir, la protección del medio ambiente, Macron acusó a Bolsonaro de mentir y, acto seguido, se opuso a que el acuerdo con el Mercosur siga adelante.
Las palabras, aquí, tienen un peso en oro. No se trata de “dudas”, de “suspensión” o de “busca de consensos” posibles sino clara y tajantemente de oposición. La presidencia francesa declaró el viernes que “dada la actitud de Brasil durante las ultimas semanas, el presidente de la República no puede sino constatar que el presidente Bolsonaro le mintió durante la cumbe de Osaka (la del G20)”. El palacio presidencial estima que “el presidente Bolsonaro decidió no respetar sus compromisos climáticos, ni tampoco comprometerse en materia de biodiversidad. (…) En esas condiciones, Francia se opone al acuerdo con el Mercosur en su Estado actual”.
Es preciso recordar que, apenas se comunicó la firma del acuerdo UE/Mercosur, el gobierno francés dio marcha atrás ante la no calculada reacción de los ecologistas y de los agricultores, que fue violenta. París ya había condicionado entonces la convalidación del acuerdo a que Brasil respetara sus compromisos medioambientales pactados en la cumbre de Osaka. Sin embargo, el pacto se metió rápidamente por la puerta grande de la realidad política francesa. La revuelta agrícola que suscitó el acuerdo se deslizó en la perspectiva de las elecciones municipales que se celebran en Francia en 2020.
La consulta tembló bajo la bronca agrícola y el gobierno trató de aplacar la ira con figuras de estilo al mismo tiempo que firmaba el CETA con Canadá. Bolsonaro y los dirigentes del Mercosur terminaron ofreciéndole a Occidente el papel que más les gusta protagonizar: el de buenos reguladores del sistema internacional, promotor de textos protectores y gran patrocinador de la protección del medio ambiente. El fuego amazónico no tardó en colarse en la cumbre del G7. El jueves 22 de agosto, Emmanuel Macron salió al escenario para calificar ese hecho como “una crisis internacional”. Es cierto que las llamas no pudieron propagarse en el peor momento: Francia viene trabajando desde hace muchos meses en la preparación de la cumbre del G7 con el objetivo de incluir el tema del medio ambiente en la agenda que se discutirá en Biarritz durante tres días (24, 25, 26).
No obstante, si el tema ecológico era tan trascendente, hay cierto mal gusto europeo en no haber invitado al Mercosur a dicha cumbre para atar mejor los compromisos, tanto más cuanto que uno de los miembros del G7, el presidente norteamericano Donald Trump, no sólo sacó a su país del acuerdo climático de París (firmado en noviembre de 2015) sino que, además, es un escéptico radical ante esas cuestiones. Y ni hablar de Japón y su salvaje política pesquera, de la que no se dice una palabra. Ello no le quita legitimidad al trabajo que Francia llevó a cabo antes de la cumbre para introducir la ecología en el seno del G7.
La tarea es titánica o casi imposible. Por ejemplo, a fin de evitar el papelón de la cumbre del G7 que se celebró en Italia (2017) y al cabo de la cual Estados Unidos no firmó el capitulo climático de la declaración final, esta vez se acordó que no habría texto final en 2019. Por ello, antes de la cumbre, París buscó labrar consensos. Para ello, en mayo de este año, Francia elaboró la Charte de Metz. Se trató de una declaración no vinculante que invitaba a los 7 países miembros a llevar a cabo mayores esfuerzos para salvar la biodiversidad. El arranque quedó rápidamente sepultado por la política decidida por Donald Trump.
En Metz, los norteamericanos dejaron muy claro que su prioridad apuntaba hacia la seguridad y el crecimiento económico antes que a las problemáticas ligadas al medio ambiente. Además, el G7 de 2019 aparecía como una de las últimas oportunidades a corto plazo para negociar algún compromiso, por mínimo que sea. Las próximas cumbres del G7 y del G20 se celebrarán en tierras eco-indiferentes: Estados Unidos y Arabia Saudita. Estos dos países son pura y irrevocablemente un escándalo: Washington contamina todo el planeta, rompe todo acuerdo en el horizonte mientras que Arabia Saudita, además de producir en masa la energía más contaminante, el petróleo, tiene a su cabeza un príncipe, Mohammed ben Salmane, que mandó a matar a un periodista, Jamal Khashoggi, en el consulado saudí de Estambul. El informe de la justicia turca primero y, luego, el extenso y transparente trabajo plasmado en el documento de las Naciones Unidas han despejado cualquier duda al respecto.
Esto se parece cada vez mas a una batalla entre Orwell y Frankenstein. Fue precisamente en este enredo monumental donde los humos del Amazonas vinieron a dejar entre telones el acuerdo con el Mercosur que tanta agitación política levantó en Francia. Así mismo, la humareda le viene como un regalo celestial a las potencias mundiales para ocultar sus propias miserias ecológicas así como la implicación de sus mega empresas en la devastación del planeta. En Francia, la oposición de izquierda radical aunada en torno a Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa) denunció precisamente esa doble moral. Diputados y eurodiputados de Francia Insumisa alegaron que “sólo Macron podía imaginar que Bolsonaro era ecologista”. Este sector de la izquierda radical celebró la ultima posición reactualizada por París. Según escriben los diputados, ”se trata de una victoria del combate social y ecologista contra el libre intercambio. Pero no nos quedaría más que tratarla de hipócrita si, al mismo tiempo, Emmanuel Macron no se ocupa de los otros tratados ecosidas”.
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Por otra parte, no toda Europa comparte la línea macronista. Irlanda se sumó a París con el argumento de que no existe una vía para que “Irlanda apoye un tratado de libre comercio si Brasil no cumple con sus obligaciones medioambientales”, según dijo el primer ministro irlandés, Leo Varadkar. España, país que había trabajado mucho para llegar al resultado anunciado en junio en Bruselas, se alejó de la posición de Macron.
Según revelan los oídos y los labios del poder en España, es decir, el diario El País, Madrid juzga “equivocado” que se mezcle “el debate de la conservación de la Amazonia con un pacto comercial que se convertirá en el mayor para el bloque comunitario por el volumen de intercambios”. Berlín se mueve por la misma zona. La canciller alemana Angela Merkel hizo saber, a través de sus portavoces, que rehusar la firma del convenio con el Mercosur “no es la respuesta apropiada”. Se sabía de antemano que, de firmarse, el acuerdo tardaría dos años más en plasmarse realmente. Irlanda y Francia no cuentan con suficiente fuerza para impedir su firma final, aunque si pueden demorarlo mediante diferentes tácticas dilatorias. Se requiere que el 55% de los Estados miembros de la Unión estén de acuerdo para que el Consejo Europeo de su visto bueno a la firma final. Ello, en principio, no plantearía problemas. Sí, en cambio, lo que llegue a ocurrir en los procesos de ratificación de cada parlamento nacional y, luego, en la capacidad de París e Irlanda para conseguir nuevos aliados en su política de rechazo (si es que persiste).
A su manera grotesca y pusilánime, Jair Bolsonaro y sus socios del Mercosur han salvado la cumbre del G7 del papelón al que parecía destinada y devuelto a Occidente el simbólico papel paternalista que iba perdiendo. Bolsonaro ha pasado a ser el horrendo personaje que incendia la humanidad en el seno de un conclave de países que ya la incendió y destruyó hace mucho.
Sábado, 24 de agosto de 2019