SOCIEDAD
La recuperación de Malvinas desde los ojos de dos correntinos
Un exinfante de Marina y un exintegrante de la Infantería recordaron cómo fue el viaje hacia las islas y revivieron la llegada al Puerto Argentino. En sus memorias descansan una de las gestas militares más admiradas por las fuerzas de todo los países del mundo.

La Operación Rosario fue la primera acción táctica-militar del Ejército Argentino en las Islas Malvinas, con el objetivo de recuperar el control sin ocasionar bajas.
Los altos mandos planearon el desembarco el 1 de abril, pero las condiciones climáticas obligaron a posponerlo por varias horas.
Los movimientos estratégicos fueron encabezados por los soldados del destructor Santísima Trinidad, quienes tuvieron la tarea de realizar el reconocimiento de las playas y, posteriormente, marcar y asegurar las costas. En tanto, el buque San Antonio fue la pieza clave del transporte de tropas y blindados argentinos que sirvieron de apoyo para concretar la recuperación de Puerto Argentino y, en consecuencia, la rendición de las tropas inglesas.
A bordo de estos dos barcos se encontraban cientos de personas de todo el país. Entre ellos, correntinos listos para recuperar el territorio que le había sido arrebatado a Argentina en 1833.
La calma
Héctor Gómez era un infante de Marina, quien integraba la Agrupación de Comandos Anfibios de la Armada Argentina con tan solo 21 años.
Hasta el 26 de marzo de 1982 permaneció en la Base Naval de submarinos de Mar del Plata donde realizaba prácticas de grupos de comando. Ese día llegó la orden de alistamiento y acuartelamiento; es decir, que no podía salir de la base.
“Cuando nos mandaron a armar, a nadie le resultó extraño, lo que sí fue raro es que nos dieron granadas y municiones de guerra. Desconocíamos el objetivo y la razón”, expresó a época el exmilitar quien ahora tiene 61 años. Aunque como formaban parte de grupos especiales creyeron que se trataba de otro ejercicio de rutina.
El 27 de marzo, él y su grupo llegaron a la Base Naval de Puerto Belgrano, situada en el Sur de la provincia de Buenos Aires, más precisamente en la localidad de Punta Alta a 24 kilómetros de Bahía Blanca.
En el mismo lugar se encontraba otro correntino, Rubén Alberto Velozo, integrante del Batallón de Infantería Nº2 con 19 años. En una entrevista con época, Velozo recordó cómo desde los primeros meses de 1982 las instrucciones y las prácticas se realizaban con más rigurosidad y frecuencia.
Pero, de igual manera que su par de Comandos Anfibios, desconocía el destino que le esperaba.
“En febrero, realizamos la primera práctica de desembarco en el Golfo Nuevo (Noreste de Chubut) y en marzo los ejercicios se intensificaron con la presencia de aviones”, detalló el exconscripto que actualmente tiene 57 años.
El 28 de marzo, en horas cercanas al mediodía, llegó la orden de partida a Puerto Belgrano. Héctor subió a bordo del destructor ARA Santísima Trinidad y Rubén lo hizo en el buque de desembarco de tropas ARA Cabo San Antonio. Ambos no tenían conocimiento de los objetivos de la misión.
La tormenta
Las condiciones climáticas sobre el Mar Argentino durante el viaje fueron terribles por la bravura de las olas que superaban los 10 metros.
Héctor recordó cómo la fuerza del agua destruyó una de las barandas de la popa del Santísima Trinidad y perdieron tambores de combustibles, motores para los botes de goma y kayaks. Por su parte, a Rubén le tocó sacar la basura junto a un oficial en el peor momento de la tormenta. “El ARA San Antonio (una nave con más de 7 mil toneladas) se movía como una hamaca paraguaya. Por momentos, la popa y la proa se cubrían completamente de agua”, sostuvo.
Mientras, las prácticas continuaban durante todo el viaje en ambas naves. Los Comandos Anfibios realizaban ensayos de tiro al blanco y la infantería subían y bajaban de los Vehículos Anfibios Oruga (VAO).
Héctor se enteró de la misión en alta mar y Rubén a pocas horas de que se abrieran las compuertas para desembarcar.
Las primeras acciones tácticas estaban a cargo de los Comandos Anfibios, por lo que Héctor fue uno de los primeros en tocar las blancas arenas de Malvinas.
“El 1 de abril a las 21 arribamos a la zona de las islas y una ahora después comenzamos a bajar los botes de goma para arribar a la playa”, explicó.
Previamente, buzos tácticos del submarino ARA Santa Fe y cuatro kayaks tripulados brindaron seguridad en la zona.
Pasadas las 22 Héctor, quien tenía el rango de cabo primero, subió a bordo de uno de los botes acompañado de un suboficial de apellido Villavicencio; un cabo correntino de apellido Miño y un cabo mendocino de apellido Martínez.
Su tarea consistió en llevar un equipo de radio comunicaciones y proteger los botes porque, en caso de que las tropas argentinas se vieran superadas, debían estar en óptimas condiciones para emprender la retirada.
El exintegrante del grupo de Comandos Anfibios rememoró cómo a lo lejos se veían pequeñas luces verdes que pertenecían a los visores nocturnos de los soldados ingleses. Estos estaban esperándolos para recibirlos con una cortina de fuego. Sin embargo, recibieron un guiño del destino: una gran cantidad de cachiyuyos (algas marinas) se acumularon en la costa de donde tenían planeado el desembarco. Por ello, debieron optar por otro sector de las playas.
“Al advertir los movimientos, los ingleses pudieron pensar que revelaron su posición y decidieron replegarse hacia la ciudad”, analizó.
El equipo llegó, a la medianoche, hasta Playa Verde, en inmediaciones de Puerto Argentino, y allí se colocaron cuerpo a tierra en posición de combate.
La tormenta había calmado y el cielo estaba completamente despejado. Sólo el frío representaba un obstáculo a sortear para el correntino que estaba acompañado por un fusil, una pistola 9 mm y una reserva importante de municiones.
En ese instante, otros grupos de tarea comenzaron a copar las islas y se dirigieron hacia la casa del Gobernador.
Cuando la luz de la mañana comenzó a asomar, los comandos escucharon desde la playa los primeros sonidos de la batalla: cañonazos y disparos. La guerra había comenzado y solo les restaba esperar.
Vientos de guerra
El 2 de abril a las 4:30 de la madrugada, Rubén Velozo se encontraba adentro de uno de los vehículos blindados junto con su fusil FAP participando de la segunda oleada de desembarco desde el ARA San Antonio que avanzaba sobre la Bahía de York.
Desde el interior del VAO, solo podía escuchar el ruido del motor. Al igual que a los integrantes de la oleada, un sentimiento de euforia y miedo se entremezclaban en sus pensamientos. Pensamientos que habían sido interrumpidos por una voz en la radio de comunicaciones: un grupo ya había tomado el aeropuerto.
Alrededor de las 5, concretaron el desembarco y comenzaron a avanzar en medio de una cortina de balas. “Estuvimos bajo fuego enemigo por 45 minutos”, precisó.
La respuesta argentina no se hizo esperar: los primeros cañonazos dieron en el blanco y las armas de defensa costera quedaron inutilizadas. En consecuencia, los ingleses escaparon hacia el interior de la isla.
“Cuando se dieron cuenta que los superábamos en número comenzaron a replegarse”, dijo.
La Infantería Nº2 avanzó hacia un edifico de comunicaciones y luego hacia la ciudad. Alrededor de las 9, lograron instalarse por completo en Puerto Argentino.
El sol
A la misma hora, Héctor veía cómo los primeros helicópteros de asistencia médica llegaban a Malvinas. Éstos transportaban a los heridos del combate que concluyó con una sola baja para el Ejército Argentino: Pedro Giachino, oficial de la Armada. En tanto, los Royal Marines, infantería inglesa, no sufrieron bajas.
Los comandos permanecieron hasta en la playa hasta las 15 bajo un sol brillante. Luego recibieron la orden de acopiar los botes y trasladarlos al puerto.
Rubén recuerda cómo los kelpers (civiles ingleses que vivían en Malvinas) trataban de comunicarse con ellos para preguntarles qué estaba pasando.
El correntino fue testigo del izamiento de la bandera Argentina luego de más de cien años en las islas.
“Cuando llegó la noche del 2 de abril la euforia había calmado y comenzó a sentirse el cansancio de la tropa. Sin embargo, el intenso frío del la zona no nos permitía dormir”, recordó.
Por otro lado, Héctor y su grupo tomaron un avión Fokker rumbo a una pista de despegue ubicada en Santa Cruz. Su trabajo, hasta que finalizó el conflicto fue custodiarla día y noche. Rubén continuó en Malvinas a la espera de la respuesta militar inglesa. La Guerra de Malvinas apenas había comenzado.
En la “Operación Rosario” intervinieron unos 700 Infantes de Marina y 100 integrantes de fuerzas especiales. Tras más de un siglo y medio de soberanía británica, los territorios volvían a estar bajo control argentino.
La Guerra de Malvinas concluyó el 10 de junio de 1982 y le costó la vida a 649 argentinos, mientras que 1.082 resultaron heridos y con secuelas permanentes tanto psicológicas como físicas. La gran participación de los soldados correntinos es recordada por todo el país. (Epoca)
Domingo, 31 de marzo de 2019