ESPECTACULOS
Favio Posca: "Tengo una coraza, pero soy hipersensible"
Pudo haber muerto en el escenario, diez años atrás. Rapeaba una canción de su espectáculo Alita de Posca, pero un imprevisto lo dejó sin aire. Con el micrófono cerca de la boca, accidentalmente tragó una minúscula pieza de goma espuma y acero, que se le atascó en la garganta. Escapó del escenario, intentó escupir, creyó que llegaba el final.
“Fueron segundos, pero resultó heavy. La única vez que me fui de escena y no volví”.
Cincuenta años, treinta de terapia y ocho o nueve psicólogos antes de dar en la tecla. “Fueron cayendo como pajaritos hasta que llegué al indicado”, se ríe. Es que en la cabeza caótica de Favio Posca habitan mil hombres: Astroboy, El Perro, el abogado cocainómano, el esquizofrénico. “Los psicólogos me hacían rumiar con mi infancia y entonces me iba. Dejemos a Lacan y a Freud de lado. Ellos también tuvieron su límite. No soporto al terapeuta sin calle que se ata al libro”.
Nació luego de que su madre perdiera un embarazo avanzado y sufriera la muerte de otro bebé. A los 16, ya huía de casa, de los mandatos y “cuidados extremos maternos”. Marplatense criado en Córdoba, en su trajinar juvenil tuvo un viaje iniciático a Europa en soledad. Conoció antros y hasta fue aceptado en un club clandestino londinense en el que le sellaron la mano y le entregaron una tarjeta amarilla de “socio”. Esas andanzas lo rodearon de criaturas extremas de las que hizo radiografías para sacar provecho teatral.
“Creo en las vidas pasadas. A los 20 pensaba: ‘No quiero volver a la Tierra’. Ahora quiero. Siento que soy un ser que ha recorrido mucho, pero que le falta todavía mucho por aprender”. En la vida anterior a la fama, odiaba sus rulos. Soñaba con el cabello lacio, hasta que cambió la percepción de la cuestión. El simpático ensortijado de la melena era un aliado a la hora de la conquista.
A fines de los ochenta conoció a Luisa en un curso de francés. Ella programaba irse a París. Él, hacer teatro en otro idioma. Ninguna de ambas cosas sucedió, pero la musicalidad del dialecto hizo su trabajo invisible. Casamiento y dos hijos (Manuela, 22 y Rocco, 17). “Me casé pensando en que no habría problemas en separarse. ‘Si no me copa, chau’. Esa libertad hizo que hoy tengamos la misma piel”.
Zurdo, “asesino del dolor”, “salvaje especialista en transformar lo oscuro en risa”, es adorador del snowboard, de Luis Alberto Spinetta y del “objeto-vinilo”. Cuida más que a su vida un triple de Woodstock y los discos de Led Zeppelin y Jimi Hendrix. No guarda fotografías, pero reflexiona sobre un pasado posible. “Hubiera podido ser buen psicoanalista o periodista. Lo mío es la investigación de lo interno, de los personajes que yo mismo creo”.
Tatuaje de paz en el dedo medio y gestualidad extrema, cuenta que en su último viaje a Israel, aprovechó para ver a los Rolling Stones en Tel Aviv y terminó “fanatizado con Cristo”: “No lo digo desde la religión, sino desde lo humano. No es que crea en su resurrección, sino que me impresiona su liderazgo. Era carismático al nivel estrella de rock”.
Acostumbrado a ir contracorriente, empezó en el San Martín y saltó al under. De tanto en tanto da golpes de impacto. Como el de celebración de su último cumpleaños, el 22 de diciembre pasado: posó desnudo en redes sociales, apenas con el sombrero puesto.
-¿Cómo es ese momento de creación cercano a la locura en el que te encerrás a escribir ?
-Para crear necesito estar solo. El trance sólo se logra en soledad. Elegir la soledad hace a la soledad maravillosa. La locura que yo tengo no es una locura de sufrimiento. Es creativa.
-¿Hubiera podido ser peligrosa esa locura de no haber encontrado dónde canalizarse?
-No. A ese punto no.
-¿En 30 años de terapia lograste conocerte bien?
-No lográs conocerte hasta el día de tu muerte, pero la humildad es intentar conocerse. A veces se defiende la ignorancia de quien no se interesa por conocerse, pero la verdadera humildad es la de quien reconoce sus fallas y sus fortalezas. Por ejemplo: soy un león arriba del escenario, con convicciones, seguridad, una libertad total, pero abajo soy otro.
-¿Cómo es el otro?
-Vulnerable, indeciso, tímido. Pareciera que en el escenario no necesitara amor y, sin embargo, soy muy amoroso. A lo mejor tengo una coraza. Soy hipersensible. Lloro, pero no me gusta que me vean llorar. Mis hijos me enseñaron, incluso me enseñaron más que mis padres. La sabiduría de los niños fueron cachetazos respecto de lo que era el mundo.
-¿Y en qué te despertaron?
-Tal vez me incitaron a abrazar más. La dureza y la insensibilidad, a veces, son justamente, lo contrario, defensas que se pone uno.
-¿Podrías vivir en el exterior?
-Tuve posibilidades, pero no. Cuando todos se fueron en 2001, yo dije ‘Me quedo’. Nada peor que el exilio. Podría vivir en Barcelona o Nueva York, pero apenas unos meses.
-¿Y podrías dejarlo todo y volver a Mar del Plata o a Córdoba?
-¡No! Pero no creas que BuenosAires me alucina. La verdad:no encontré todavía mi lugar en el mundo.
-¿Qué creés que podrían decir los manuales de teatro sobre Posca en medio siglo?
-Voy a ser más valorado cuando no esté en este plano. Logré un lenguaje nuevo, Pero pagué la factura: me costó 20 años el reconocimiento. No me importa lo que puedan decir los libros. Inventé el modo Posca.
-¿Y cómo es ese método?
-No es un método, es un estilo. Fusioné rock, cine, texto, lo teatral. Voy de la realidad más descarnada a la fantasía. No creo que alguien pueda imitar eso. El público tenía prejucios conmigo. Me relacionaban con el zarpe. Con que a mis espectáculos venían todos muy puestos. Mi público cambió. O se murieron. O tal vez ahora salen poco.
Domingo, 16 de abril de 2017