FESTIVAL NACIONAL DE FOLKLORE-Por Pedro Fernández Mouján
De Peteco Carabajal a Los Nocheros, los dilemas de Cosquín en la última noche
Peteco Carabajal cerró en la madrugada del lunes la 57ma edición del Festival Nacional de Folclore presentando su nueva propuesta musical, Riendas Libres, que comparte con sus hijos Homero y Martina, y en la que propone un despojado acercamiento de guitarras y bombos a la música de raíz, a los que suma ocasionalmente la electrónica.
Horas antes del final, la Comisión Municipal que organiza el mayor encuentro de música folclórica del país, había distinguido a la riojana Bruja Salguero con el premio Consagración y a Luciana Jury con una mención especial, mientras que el cantante de General Mosconi, Chubut, Rubén Patagonia, recibió el Premio Camin a la Trayectoria.
Los Revelación, destinados a grupos y solistas surgidos de los certámenes Pre Cosquín que se realizan en todo el país y que actúan en la Próspero Molina con una presentación breve, fueron para el dúo CheChelos, integrado por Mauro Sarachian y Ramiro Zárate Gigi y para la Compañía de Danzas Pucará.
El cierre de Peteco y sus hijos en el escenario Atahualpa Yupanqui a las 3.30 de la madrugada fue conmovedor cuando con su violín y un grupo de músicos (Duende Garnica, Los Coplanacu, Salguero, Carolina Pelleritti, entre otros) cantó con la gente la chacarera “El Olvidado”, con el agite de una enorme bandera argentina, en una recuperación del sentido musical y político del canto raíz en la Próspero Molina luego de un aturdidor set de Los Nocheros.
Peteco (guitarra de nylon, charango, violín y voz) había abierto su actuación con un grupo de canciones nuevas y desconocidas compuestas junto a su hijo Homero (guitarra eléctrica) y su hija Martina (bombo legüero o percusión), a los que eventualmente se sumó la electrónica.
Se trata de un provocativo trabajo musical, que sigue los frecuentes cruces de Peteco, pero en este caso apostando a cierta rudeza, cierta fiereza en el tono musical que rescata una entonación radical, y que entregó composiciones como “Flores y chacareras”, “Tropeles”, la vidala “Soy de los lagos” y “Baustismo de manantial”.
Así, la Próspero Molina vivió dos universos diferentes y antagónicos, que se expresaron a lo largo de las nueve noches, entre propuestas domesticadas a a los intereses musicales del mercado, y masivas gracias a la tracción de un enorme aparato de propaganda, y muestras de la vitalidad, rabia o belleza del canto argentino.
Que Abel Pintos, Luciano Pereyra, Los Nocheros y Los Rojas hayan aparecido cantando zambas, chacareras o carnavalitos al inicio de sus carreras no los incluye en la actualidad en el generoso mapa del canto de raíz argentino y nada justifica que ocupen los horarios centrales de la mayoría de las noches coscoínas.
Sus propuestas están emparentadas con otros intereses y ámbitos, y se dirigen más hacia el mercado latino de la música o a la canción romántica que poco tienen que ver con el canto de la tierra que celebra el folclore.
Víctor Heredia, que festejaba 50 años de carrera y de su consagración como Premio Revelación de Cosquín con 20 años en 1967, había sido el encargado de abrir la noche, en un set en que contó con la presencia de León Gieco en dos canciones, lo que, obviamente, encendió el fervor del recuerdo y trajo al presente canciones que marcaron una época.
El autor de “El viejo Matías”, que en 1969 fue Consagración de Cosquín y que ayer recibió una plaqueta de parte de la Comisión Municipal, arrancó su show con "Ojos de cielo", siguió con "Dulce madera cantora" y luego pasó a "Razón de vivir", que cantó junto a su hijo Lautaro.
Luego invitó a su hija Daniela para "Deja un poco de luz al partir" y ante la aclamación de la gente llamó al escenario a León Gieco con quien hizo dos temas: "El adiós", de su autoría, y "La colina de la vida", de Gieco.
El punto álgido de la última noche fue la actuación de Los Nocheros en horario central y con un extenso set de hora y media, en el que se pasearon por sonoridades ruidosas, emulando desde el heavy metal al pop, con guitarras eléctricas bien arriba o melodías más románticas, que, extrañamente, siguen gustando a muchas mujeres.
Al comienzo, con una batería al palo y las guitarras adelante atacaron a la audiencia con la chacarera “A Don Ata", que nunca hizo honor al homenajeado y que esta vez ofreció una versión rayana a lo inaudible.
Coros de fondo sobre voces superpuestas, cierta saturación de bajos y poses de cantantes latinos, dieron el tono de la actuación de Los Nocheros que entre otros éxitos cantaron "Vuela una lágrima" y "Voy a comerte el corazón a besos”.
Un momento especial fue cuando invitaron a subir al escenario a Axel, quien compuso para ellos la canción con la que celebran sus 30 años de trayectoria (“Gracias, lo siento, te amo”), luego de una abstinencia creativa por la muerte de su madre, que quizás el autor de "Quédate" debiera haber prolongado un poco.
El show siguió luego con "Aunque me muera el alma" y una versión nochera de "Alfonsina y el mar", la impostada canción de Ariel Ramírez y Félix Luna, que dice cosas como “cinco sirenitas te llevarán por caminos de algas y de coral” o “y fosforescentes caballos marinos harán una ronda a tu lado”, y hasta discute sobre el sexo y ámbito natural de los caracoles al hablar de “caracolas marinas”.
Se cerró así una nueva edición de un festival caracterizado por una vitalidad inmensa, que trasciende ampliamente lo que sucede en la plaza Próspero Molina y se extiende a la ciudad en largas noches que materializan encuentros y novedades, más allá de la condena de las habituales repeticiones.
Lunes, 30 de enero de 2017