PUNTA DEL ESTE
Una Brava y otra Mansa, dos playas donde se pueden practicar todos los deportes nauticos
Mar abierto y olas, por un lado, lagunas, arroyos, un puerto natural y una amplia Playa Mansa por otro, permiten practicar casi todos los deportes náuticos, algunos de larga tradición y otros recién inventados.
Mar abierto y olas, por un lado, lagunas, arroyos, un puerto natural y una amplia Playa Mansa por otro, permiten en Punta del Este practicar casi todos los deportes náuticos, algunos de larga tradición y otros recién inventados.
Pero, aunque pululan nuevas formas de desafiar el viento y las olas, hay dos deportes señeros que forman parte de la historia del balneario y crearon algo más que una práctica deportiva: un estilo, una manera de ser y un ambiente que le dieron personalidad a Punta del Este.
En el puerto fueron pioneros los navegantes a vela que salían de Buenos Aires y Montevideo y que no podían avanzar mucho más de allí porque cuando se acaba la costa uruguaya, en el sur de Brasil, no hay refugios.
En esa época a Punta del Este no se llegaba por tierra porque enormes médanos impedían el acceso.
Fue Pedro Risso, a quién indemnizó con sus galpones una ballenera europea cuando se retiró de la zona, el que armó la primera posada y una fonda para que los navegantes pudieran encontrar refugio o pasar unos días en tierra.
Esto dio inicio a Punta del Este como balneario, siguiendo la ruta trazada por navegantes subyugados por la protección de su puerto y la belleza de sus atardeceres.
La manera de ser del navegante, la solidaridad del equipo cuya suerte se juega a bordo en cada travesía, las normas no dichas, y las explícitas como no rayar la cubieta con suela de zapatos, crearon una manera de ser, en la que el único carnet de pertenencia que se necesitaba para entrar era saber hacer nudos, izar velas y distinguir entre babor y estribor.
Tripulantes y polizontes llegaban y partían de este puerto sin demasiado control y traían en la bodegas wisky y vinos argentinos como para dar la vuelta al mundo o que el mundo diera la vuelta en sus cabezas.
Luego llegaron los permisos, el pago de amarras, y todo lo que trae la civilización para matar a la cultura, al menos a esta cultura de lobo de mar, de cuentos de sirenas y de noches de amor a la luz de la luna.
Una cultura de bermudas que se lavaban con agua de mar una vez cada tanto, gorras clavadas hasta las orejas y amplias camperas para agua.
En los años setenta otro deporte conquistó estas playas, el surf, que creó su propia ruta de encuentros.
Los hermanos Cambiazo y los Liitman, entre otros, fueron algunos de los pioneros alrededor de los cuales se reunían amigos, compinches, aprendices y chicas lindas que apenas podían practicar porque las tablas eran enormes y pesadas.
Estuvieron siempre en El Emir, invierno y verano, un lugar protegido y con buenas olas, pero fueron ellos los que hicieron de la Olla, al final de La Brava, un lugar de moda, en dónde Piero tocaba la guitarra al atardecer y cantaba "Está muy viejo mi viejo" y los hermanos Pueyrredón, con el grupo Banana, entonaban las noches festejando que " Facundo ha llegado al mundo".
En el carrito, que pronto surgió en la zona, se preparaban tortillas, sanwiches, panchos y se vendían refresco y gin tonic, muchos gin tonic.
El surf se fue mudando y conquistando nuevas playas y tras ellos el ambiente, la moda, la música, los amigos, las chicas y el estilo se fueron a Bikini primero y luego a José Ignacio, siguiendo la ruta oceánica por las playas de Rocha.
Bikini será este fin de semana el lugar donde se llevará a cabo la Primera Fecha del Circuito Nacional USO ANTEL organizado por la Unión Surf Uruguayo, coordinada por Luis María Iturria, dos veces campeón uruguayo de surf y campeón mundial en 2012.
Los surfistas son una tribu marítima aparte, porque pasan horas en solitario mirando pasar las olas para poder decidir si se juegan por esta o por aquella. Ratos largos de silencio en medio del mar esperando la ola elegida, la que los llevará de nuevo a tierra solo para poder irse otra vez. Como el amor del Casanova.
Sin embargo, la solidaridad existe de otra forma, no como en el caso de los navegantes a vela que trabajan en equipo, pero juntos y cercanos si el mar le juega una mala pasada a alguno.
A orillas de la Laguna de José Ignacio, justo donde desemboca en el mar entre los médanos, nació la escuela de Wind Surf y guardería de Laura Moñino, una argentina iniciadora de este deporte.
Laura también fue una de las primeras en hacerse su casa frente a la laguna, cuando el balneario La Juanita era un descampado y solo tenía de compañía las garzas rosas que la espiaban como si fuera un animal extraño que necesita dos piernas para sostenerse.
Laura, con ese avanzar de conquistadores, también fue la primera en abrir su escuela en la orilla izquierda de la Laguna Garzón, que pronto se convirtió en Club Náutico en el que se pueden practicar varios deportes: wind suf,( U$S 40 la clase para principiantes), kite surf(el curso de cuatro clases U$S 450.), stand up paddle, un nuevo deporte sobre tabla de surf que se practica parado y con un remo, (U$S 40 la clase) , navegación a vela ligera, hobie cat, laser y kayacs.
"Ahora la zona se puso de moda, hay un puente redondo que permite cruzar al otro lado, se venden lotes, se contruyen hoteles, posadas y casas, pero cuando yo llegué mi chiringuito era el único bastión de la civilización" explica a Télam Laura Moñino.
"Eso si es que los windsurfistas se les puede llamar civilizados, porque como los surfistas o los navegantes tienen sus propios códigos, diferentes y herméticos, entre los cuales las normas de paso y la solidaridad ante la emergencia son los ejes básicos pero no los únicos", aclara Moñino.
Otro lugar tranquilo para practicar windsurf es la desembocadura del arroyo Maldonodo, en La Barra, pasando los puentes curvos, donde Facundo Basso da clases por U$S 50 la hora y U$S 250 el curso y alquila las tablas para principiantes a $ 500 la hora y avanzados a $ 1000.
"Lo que pasa es que son mucho mejores las tablas para los que ya saben" comenta Basso a Télam.
En la Parada 10 de la Mansa Nicolás Marchetti, también argentino, tiene una escuela para aprender a navegar en catamarán y cobra U$S 130 con instructor o los alquila a U$S 90 la hora.
"Lo mejor es contratar salidas con instructor todas las veces que sea necesario hasta acostumbrarse, porque cada uno tiene su ritmo para aprender" explica Marchetti, quien además es médico y tiene este oficio de verano desde la adolescencia.
En la Parada 18, Álvaro Macagno alquila a $400 uruguayos la media hora de kayak doble, para 3 personas, y a $300 uruguayos la del simple, para dos, pero también alquila las famosas "bananas", donde entran 6 o 7 personas y cuestan U$S 10 por cabeza.
"Tenemos que tenerlos a la vista, por ley, porque la gente se cree que la isla está cerca y se largan a cruzar la bahía, lo cual es muy peligroso", afirma a Télam Macagno, quien también alquila los Jet ski a U$S 60 los quince minutos.
Pero además de esto deportes con historia, están los de siempre en todas las playas de este lado del mundo: paleta, volley o fútbol, que se improvisa en cualquier lado, en cualquier momento, porque donde haya una pelota hay un Maradona para jugar.
Domingo, 15 de enero de 2017