CIENCIA
Un chip en el cerebro: ¿el futuro para controlar las adicciones?
Una empresa médica de EEUU construyó un dispositivo tecnológico para evitar recaídas en pacientes alcohólicos. Se encuentra en periodo de prueba con resultados positivos, pero abrió un debate ético acerca de su uso
La adicción al alcohol y otras drogas es un problema que la ciencia intenta resolver desde hace décadas. Son muchos los tratamientos que apelan al costado psicológico y de inclusión social para rehabilitar al paciente, pero al mismo tiempo también se llevan a cabo experimentos con chips que se colocan dentro del cerebro con los riesgos que eso puede conllevar.
La compañía estadounidense St. Jude Medical desarrolló una técnica para controlar las adicciones que puede ser tan eficaz como invasiva. Se trata de un dispositivo que se coloca en el cerebro y permite a los científicos "comunicarse" con él a través de estimulación eléctrica.
El doctor Alejandro Andersson, miembro del Instituto de Neurología de Buenos Aires (INBA), le dijo a Infobae: "Tengo experiencia con esos aparatos y no implican ningún problema. Cinco pacientes míos ahora utilizan el mismo equipo pero colocado de manera diferente y sirve para controlar el Parkinson".
Por su parte, el licenciado Sergio Landini, Director del Programa Psicológico Asistencial del Centro de Rehabilitación Valorarte, sugirió: "El tema es de un alto perfil ideológico por las consecuencias que puede tener. Si empezamos a poner chips en el cerebro, quién sabe en qué tipo de manipulaciones se podría terminar".
En la universidad de Otago, Nueva Zelanda, ya se lleva a cabo el primer estudio. El neurocirujano Dirk de Ridder introdujo 6 de estos implantes cerebrales en pacientes alcohólicos y espera sumar al menos 4 más antes de fin de año para tener un panorama más claro sobre la eficacia del tratamiento.
El primer examen arrojó resultados más que auspiciosos: desde la cirugía, no solo que ninguno de los pacientes no abusó del alcohol, sino que también dos de ellos abandonaron el cigarrillo. Además, se comprobó que el implante puede ayudar a controlar los trastornos obsesivos compulsivos ya que operan con la misma parte del cerebro que las adicciones.
De Ridder, el neurocirujano a cargo del estudio, señaló: "El examen tenía como objetivo controlar el deseo y la ansiedad que es lo que produce la recaída en el adicto, pero esa área del cerebro coincide con la que implica el estrés, por lo que tiene beneficios tanto para una como para la otra".
Los pacientes participantes son adictos que apelan a un tratamiento quirúrgico como última medida porque agotaron todas las instancias anteriores. Se temía que los dispositivos podían traer aparejada una disminución en la concentración y un riesgo potencial de infección o convulsiones. "Hasta el momento no hemos visto ningún efecto colateral peligroso", lo desestimó De Ridder.
Los implantes requieren una actualización periódica entre los 10 y 15 años de uso. Llegado el momento se realiza un cambio de batería, pero más allá de eso no necesitan un mantenimiento minucioso.
El licenciado Landini considera simplista tomar como único foco al cerebro y desatender la personalidad del paciente: "Es un fenómeno mucho más complejo. En todos los casos, están implicados las vivencias traumáticas, las dificultades en la contención familiar, los mecanismos de evasión ante lo doloroso. A esto hay que sumar el plano psicosocial: la formación de identidad, la necesidad de grupos de pertenencia".
El director psicológico de Valorarte agregó: "Es toda la personalidad la que está implicada en la adicción y es en ese plano donde debemos trabajar. En la construcción de valores, de subjetividad, de empatía, en la elaboración de duelos y traumas congelados". Y concluyó: "No creo que nadie pueda afirmar que ha conseguido construir un dispositivo que promueva la empatía en el cerebro donde se aloja".
Martes, 9 de agosto de 2016