DESARROLLO EMOCIONAL
Violencia de género: ¿qué pasa con los hijos?
Cuando quedan atrapados en el medio de una violencia explícita de los padres, les cuesta poner en palabras aquello que están viviendo. Algunos de los riesgos: que crean que pueden evitar la violencia en su casa o que se sientan culpables. Los abuelos, una gran ayuda.
Hoy hemos logrado que se hable de la violencia, lo que es un avance.
Sin embargo, al referirnos a la violencia de género hay un punto que no podemos descuidar y que se encuentra circunscripto a la llamada violencia “doméstica”, aquella que ocurre puertas adentro, en un terreno muy íntimo como es la familia.
Es importante tener en cuenta que cuando nos referimos a la violencia dentro de una familia hay muchas formas de “violentar” al otro. Muchas veces nos quedamos con las imágenes extremas y tremendas del golpe físico, aquella que deja una clara huella en el cuerpo. Pero pocas veces consideramos otros tipos de violencia que dejan marcas, aparentemente no visibles pero sostenidas en el tiempo: la violencia verbal y no verbal.
Las palabras tienen una fuerza tan poderosa como un golpe, capaz de dejar la autoestima devastada. Lo mismo ocurre con los gestos que acompañan estas expresiones. En este sentido, muchas veces son los niños quienes quedan atrapados en esta red. Ellos, según la etapa del desarrollo que estén transitando, son altamente perceptivos y capaces de captar hasta el más mínimo detalle de estas expresiones. El problema es que los adultos no registran esta capacidad, en general la subestiman sin comprender que los hijos aprenden de lo que viven. Esta vivencia en el plano psicológico es altamente confusa para su desarrollo emocional.
Cuando los hijos quedan atrapados en el medio de una violencia explícita de los padres, les cuesta poner en palabras aquello que están viviendo. Por tal motivo, las manifestaciones comienzan a ser sintomáticas, es decir, el cuerpo comienza hablar, ya sea a través de síntomas físicos o emocionales, pudiendo derivar en el futuro en patologías más severas según los casos.
Estos síntomas también surgen cuando la violencia está dirigida a ellos. En estos casos, el tema es muy complejo, ya que los niños van estructurando su personalidad a partir de las experiencias de afecto dadas por sus padres. Aquí es donde surge la confusión. Muchas veces en la clínica se observan niños maltratados que igualmente quieren volver con sus madres o padres a pesar de lo vivido. Parece paradójico pero la respuesta es “pero es mi mamá”.
Uno de los riesgos en estas situaciones es que los niños crean que pueden evitar la violencia entre sus padres o que se sientan culpables de esa situación. Cualquiera de estas opciones los lleva a colocarse en un lugar dentro del sistema familiar, que no es el que les corresponde para su crecimiento y desarrollo. Convengamos que cuando hablamos de violencia domestica el sistema familiar es disfuncional.
Ante esta clara evidencia es fundamental buscar ayuda para poder reconocer el problema y desarrollar recursos para proteger a los niños. Es importante que los chicos no se sientan ni culpables ni responsables de estas situaciones para que no sean las “víctimas silenciosas” de este flagelo. En estos casos los abuelos son de gran ayuda.
El otro punto tiene que ver con la responsabilidad social, es decir, de todos. Hoy más que nunca es fundamental comenzar a trabajar a fondo con lo contrario a la violencia, es decir, el respeto. Este valor que se ha perdido y que justamente tiene que ver con la capacidad de reconocerse y reconocer al otro. Aquel que es capaz de verse a sí mismo y valorarse será capaz de valorar al otro por lo que es. Este es el “antídoto” y dependerá de cada uno y de lo que hagamos con él para colaborar en que la violencia en todas sus formas pueda tomar otra dimensión.
Andrea Saporiti, Magíster en Matrimonio y Familia (Universidad de Navarra), psicóloga y profesora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.
Viernes, 10 de abril de 2015