25ª FIESTA DEL CHAMAME
Más allá del anfiteatro
En lugares cerrados, más íntimos que el multitudinario Cocomarola, se puede apreciar otra faceta del festival. Desde la proyección de films hasta los encuentros organizados por la Universidad Nacional del Nordeste, la idea es ir en busca del “mapa genético” del chamamé.
No se ve. O no, al menos, con la nitidez popular que irradia desde el anfiteatro Cocomarola, epicentro de la vigesimoquinta Fiesta Nacional del Chamamé donde, consumada la sexta luna, ya se habían destacado el Chango Spasiuk, Joselo Schuap, Raúl Barboza y Ofelia Leiva, por nombrar unos pocos.
No se ve pero está, como decía un viejo tema de Arco Iris (“Detrás”), y está con fundamento, claro. Detrás, tal vez, pero con un objeto que orbita imantado al sujeto de la fiesta. Está en lugares cerrados, un poco más chicos, íntimos y en horas en que el sol de Corrientes derrite pieles. En el Vera, por caso, ese majestuoso teatro ubicado en el casco urbano de la capital de la provincia, en cuya cúpula hay frescos de guaraníes casi desnudos, conquistadores a caballo y parejas bailando chamamé.
Allí, como parte de las actividades “satélite” del festival, está entonces –se da– uno de los momentos más emotivos y cálidos del convite chamamecero: la proyección del documental Hoy toca Isaco. Un material fílmico impecable que recorre vida, obra, padeceres y pareceres de don Isaco Abitbol, “el Patriarca del Chamamé”, a través de su propia mirada, y también de la de músicos o amigos –o ambas cosas a la vez– de palabra legitimada: Raúl Barboza, Antonio Tarragó Ros, el Chango Spasiuk, Mario Bofill, Pocho Roch, Ernesto Baffa o el padre Julián Zini. “Falta mucho, pero estamos creciendo y éste es el camino: el pueblo que se siente sujeto de su destino y de lo suyo; de su palabra, que no es sólo lo que suena en la boca, sino lo que hace y dice”, había dicho Zini, precisamente, la noche anterior, tras el escenario mayor, y es más o menos lo que refrenda la película... el rol del creador de “La calandria” y “Serenata a mi madre”, en la pervivencia de una identidad. O de un arquetipo indiscutible.
De un modo de ser, dicho de otro modo, que en Isaco, personaje clave para entender la cultura chamamecera, se traduce en fotos viejas, costumbres, bohemias varias, pasajes del Cuarteto Santa Ana, que fundó con Ernesto Montiel y copó la esencia del género durante la década del cuarenta, fragmentos de recitales en blanco y negro, sus lazos con el tango (dicen los que saben que fue idolatrado por Astor Piazzolla y Aníbal Troilo, nada menos), sus melancolías y soledades, los momentos con el Trío de Oro, los secretos de sus creaciones, y su muerte, que provocó una de las mayores movilizaciones populares de la provincia.
Casi a la par del documental, y anunciando la séptima luna chamamecera –que tendría en la venezolana Cecilia Todd a su figura principal–, ocurría una instancia más de los Encuentros Chamameceros, organizados por la cátedra libre e itinerante de chamamé de la Universidad Nacional del Nordeste. “La idea es que las personas se encuentren con la música a través de sus protagonistas, que son los que traen ese mensaje, para percibir el espíritu de nuestra música. Pero cuando digo nuestra música no hablo sólo de Corrientes, sino de una gran región a la que nosotros llamamos región guaranítica, que incluye el norte de Uruguay, Misiones, Corrientes y el Rio Grande do Sul, por eso hablamos de Ñandé Ñubaiti, que quiere decir Nuestro Encuentro”, introduce el director de la cátedra, Enrique Piñeiro, para presentar al protagonista de esta tarde: el brasileño Luiz Carlos Borges.
Horas antes de salir al escenario mayor, entonces, el gaitero gaúcho, apela a un español casi perfecto para rendir honor con sus palabras y su música a la pata Mercosur de la fiesta. Con el mate en una mano, el micrófono en la otra y un sombrero marrón de ala ancha en la cabeza, Borges da sus visiones y versiones sobre el chamamé, parado desde su región. “Mi padre sintonizaba las radios de San Pablo y escuchaba la buena música caipira, de Paraná y Goias, provincias selváticas, y después sintonizaba radios argentinas para escuchar chamamé. Y yo me acuerdo de que, siendo chico, cuando él pasaba de un dial al otro, me cambiaba de espíritu... tenía ganas de llorar, de reír, no sé, me ponía loco con el chamamé, algo que me pasa hasta hoy. Fui descubriendo que el chamamé es como comprar un pasaje para un lugar que no tiene boleto de vuelta... es más, ni busco ese boleto de vuelta, pero si quisiera comprarlo no sabría dónde hacerlo”, dijo el autor de “Corazón de gaitero”, consustanciado con el tema del día: Uniendo Fronteras.
“Cada vez me meto más adentro y cada vez descubro que es un universo muy largo, muy grande, en el que si no te metés enteramente no sabés nada”, determina el hombre que supo tocar con Damasio Esquivel y Blas Martínez Riera, hacia la hora del crepúsculo, mientras a unos veinte kilómetros de sus palabras llegaba a su fin el séptimo sol de la bailanta chamamecera de Puente Pexoa, con Monchito Merlo y Los Alonsitos, entre los números salientes.
Otra instancia del raid chamamecero por fuera del Cocomarola da con el Mercado del Chamamé, organizado por el Instituto de Cultura de la provincia y con lugar en el Museo de Bellas Artes. Allí, también el jueves en horas de la tarde, se presentaron en vivo el excelente acordeonista Mario Bonamino, los hermanos Duarte (Facundo y Nazareno) y el trío Tajy, con la intención de mostrar su arte ante productores, programadores, periodistas y músicos con el ojo puesto en el futuro del género y en un ámbito más receptivo para obras que, en este caso, sobresalieron a través de “As de espadas”, de Bonamino y Samuel Rodríguez; “Barrio Sajoinia”, de los Duarte, y “Tita”, del alma de la tarde (Abitbol), a través del trío correntino. Un aporte más, al cabo, al mapa genético del chamamé, que es algo más que una fiesta multitudinaria por año. Bastante más.
Por Cristian Vitale
Desde Corrientes
Sábado, 24 de enero de 2015