JUAN PABLO BERTAZZA
Love song
Es notable que el título del libro más conocido de Pablo Neruda –verdadero emblema de la poesía amorosa- marque una escisión tan clara entre el amor y la desesperación, el mismo abismo que delimita, acaso, entre los poemas y la canción.
Por el contrario, en Love song, su último libro de poesía, Florencia Abbate –que, desde el epígrafe de John Ashbery, abreva más en la poesía norteamericana- parece aclarar y fundir un poco los tantos: la desesperación es inherente al amor, y el canto indisociable de la poesía.
Más allá del título, en Love song la música se inmiscuye en los poemas, de la misma forma que los recuerdos repercuten en el presente: “toda la madrugada llovía una melodía callada”.
Los veintinueve poemas sin título que conforman Love song (apenas divididos en cinco secciones, parecen conformar en realidad un único poema) exhiben, en efecto, una especie de obra en construcción que se proyecta desde las ruinas, una obra plagada de trabajo sin certezas ni planos, con el único ruido de esa tranquilidad casi agónica y vegetativa que sólo puede aparecer en momentos de suma desesperación.
Las modalidades son diversas: está la construcción del mismo goce que implica el desafío, la dificultad: “y mientras luchábamos/ para salvar la nave del naufragio/ durante un tormenta,/ las mismas olas nos parecían amigas”.
Y también esa suerte de laurel épico que implica sobrevivir a un naufragio y vivir para contarla en forma de poesía, en claro contraste con la ridícula comodidad del chat y las redes sociales y el pago fácil simplificado aun más por Internet.
En ese sentido, el amor -sus desgarros, sus fisuras, sus cimas de la desesperación- constituye casi una postura ideológica, un plantar bandera en la epifanía de la angustia, en los múltiples, infructuosos y fascinantes laberintos que implican emprender la exégesis del otro.
Siguiendo la ley de la gravedad, podría pensarse que en todo inicio de una historia de amor está escrita su propia caída, y cuanto más alto se sube más fuerte se siente el descenso.
Pero si hay algo que demuestra muy bien Love song es la irreductibilidad del proceso de una separación. No hay extremos, no hay verdades absolutas, no hay decisiones irreversibles, no hay incluso un antes y un después: el estado que mejor define la situación de los amantes una vez que se termina el amor es la intermitencia, la oscilación: “nuestros mundos se prenden y se apagan/ con un parpadeo”.
Del mismo modo, si en toda historia de amor se pone en juego, necesariamente, la creación de un idioma que solo entienden dos personas, las dos partes de una separación deben enfrentarse a una lengua muerta, un dispositivo también intermitente a la hora de fallar, o a la hora de crear sentido. No en vano, en los poemas de Love song, abundan las menciones y referencias a máquinas de hacer sentido que no funcionan del todo bien: jeroglíficos, mandalas, luces rotas, acertijos que empiezan a deteriorarse y a sufrir rayones y repeticiones no deseadas.
Ese es el punto en que Love song da en el clavo: una separación no se parece a la muerte, un fracaso amoroso es menos terminal y, a la vez, más dramático. El final del amor no siempre muestra un límite o un final sino, por el contrario, la terrible sensación de claustrofobia que implica un círculo en el que todo parece estar al alcance de la mano y, al mismo tiempo, fuera de dominio. Hay dos versos muy precisos de Love song que grafican esa intermitencia insoportable del amor extinto y, sobre todo, la fatiga de la repetición: “una serie de símbolos absurdos/ parece balbucear/ un motivo incoherente”;
“ya hicimos cola para muchas cosas”.
Love song
Florencia Abbate
Buenos aires poetry
57 páginas
Viernes, 1 de agosto de 2014