Betina González
Las poseídas , Premio Tusquets de Novela
Betina González (Buenos Aires, 1972) es profesora de literatura, y se nota. Su novela Las poseídas, ambientada en un internado femenino de Buenos Aires en los años siguientes a las dictaduras militares y la guerra de las Malvinas, tiene sin duda muchos elementos en los que cristalizan recuerdos y vivencias personales, pero también muchas lecturas, mucha literatura asimilada, ingredientes sin los cuales hubiera sido arriesgado lanzarse a pergeñar un relato como éste, con una historia mil veces narrada sobre la adolescencia y la vida en un internado, y salir airosamente de la empresa
. No sólo existen numerosas películas sobre internados femeninos, desde Mädchen in Uniform (1931), de Leontine Sagan, hasta Cracks (2009), de Jordan Scott, sino que hay un subgénero novelesco, dirigido sobre todo a un público juvenil femenino, con nombres tan conocidos como los de Enyd Blyton y Antonia Forest, y con una notable aportación española: Celia muerde la manzana (1972), de María Luz Melcón.
El núcleo temático de Las poseídas es el difícil trance de la adolescencia, el vaivén de brumosas y contradictorias sensaciones en que María -la narradora- se debate, al igual que sus compañeras, mientras se va forjando su personalidad adulta. En torno a este motivo medular se apuntan o desarrollan otros: el oscuro pasado de personajes como Felisa, que fascina a las colegialas y explica los turbios recovecos de su comportamiento; los distintos grupos o clanes que se forman en el colegio; los gestos, a veces instintivos, de rebeldía frente a las normas establecidas -materializadas incluso en acciones triviales como la de subirse unos centímetros la falda para dejarla por encima de la rodilla-
; la ruptura familiar, que deja en muchas de estas jóvenes una cicatriz irrestañable y una sensación mixta de abandono, despego y liberación. María, por ejemplo, recuerda su perdida vida familiar: “Mi madre, todo lo confiaba a los insultos, la limpieza y la cocina, a pasar con buenas notas el escrutinio de los vecinos. O, en el peor de los casos, el rosario rezado en voz baja y a media luz las noches que mi padre no venía a cenar [...] Yo no les traía problemas y sacaba buenas notas. Era todo lo que les interesaba saber” (p. 32).
El personaje más denso, y también el más hondamente delineado, es Felisa, cuya aureola de misterios y su accidentada vida anterior le proporcionan un estatuto superior al de las demás estudiantes. La autora ha dosificado certeramente las informaciones que poco a poco van desvelando las razones de su comportamiento, así como las pesadillas y obsesiones que la atenazan desde las muertes de Celia y Vera. También Marisol,
y la propia narradora, son personajes matizados y creíbles, como lo son los pequeños acontecimientos de la convivencia diaria, o algunas de las leyendas que planean sobre el pasado de un colegio que fue antaño un orfanato.
Las poseídas puede leerse así, como un cuadro más -trazado con sutil y extremada delicadeza- del paso de la adolescencia a la edad adulta por parte de unos seres que buscan afirmarse sin tener que repetir módulos de comportamiento aprendidos; pero también, deliberada o involuntariamente, el microcosmos de la residencia viene a ser la alegoría de una generación -porque, sin pretenderlo, el escritor compone su obra en un lugar, un tiempo y unas circunstancias determinadas que la marcan-, de un país que pugna por desprenderse de todo lo que recuerde a tiempos cercanos de ominoso autoritarismo y construirse su futuro con nuevas premisas.
No se trata sólo, pues, de una obra más de adolescentes vagamente rebeldes y rebosantes de insatisfacción. Lo que distancia Las poseídas de otras obras que cuentan la vida en una residencia femenina es que posee las virtudes para ser entendida como testimonio de una época marcada por los convulsos acontecimientos anteriores, pero también por la esperanza de un futuro menos lóbrego. Y esto acredita el indudable talento de la autora.
Domingo, 17 de marzo de 2013