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Domingo 24 de Noviembre de 2024

Una obra cumbre del rock y el blues en español

El disco debut de Manal, cincuenta años después
Javier Martínez, Claudio Gabis y Alejandro Medina cuentan a PáginaI12 cómo hicieron el álbum que marcó la poética y el sonido de buena parte del rock argentino.La fecha no está clara, pero sí que fue a comienzos de 1970: cincuenta años atrás apareció en las bateas argentinas el álbum debut de Manal, una banda que marcó buena parte del sonido y la poética del rock local.
Por Gabriel Cócaro

En la tapa sólo figuraba el nombre del trío conformado por Javier Martínez (voz y batería), Claudio Gabis (guitarra) y Alejandro Medina (bajo), pero por la imagen se lo conoció como "La bomba". Y su efecto fue ciertamente explosivo.

Pero la historia de ese álbum que marcó el inicio del blues en español puede empezar a contarse unos cuantos años antes. Más precisamente, el 24 de agosto de 1954, cuando llegó a los cines porteños The Glenn Miller Story. La película (rebautizada en estas tierras como Música y lágrimas) narraba la vida del malogrado autor de “Moonlight Serenade” e incluía participaciones de varios de sus colegas, incluido el baterista Eugene Krupa. El electrizante solo del batero fue contemplado con asombro, desde una butaca del Teatro Ópera, por un niño de 8 años llamado Javier Martínez. Apenas terminada la función, el pequeño le dijo a su padre que quería tocar la batería. Tres años después, por recomendación de un compañero de colegio, compró un disco que traía las irresistibles “Tutti Frutti” y “Long Tall Sally”. Ambas piezas eran interpretadas por Little Richard o “Ricardito” como figuraba en las etiquetas de las ediciones locales del sello London. “Lo escuché y me enamoré”, recuerda hoy el otrora jovencito.

El jazz y el rock and roll se impregnaron en el alma de Martínez. La radio era la aliada natural para acceder a un universo fascinante e infinito. Tangentes en jazz, conducido por Oscar “Talero” Pellegrini en Radio Provincia, y Rock and Belfast, emitido por Radio Excélsior y animado por Jorge Beillard, eran algunos de los programas escuchados con devoción. “Me había hecho una especie de organigrama donde figuraban los días, horarios y emisoras de cada audición. Cuando volvía del colegio, tomaba ese papelito y empezaba a recorrer el dial”, rememora el baterista. Las melodías llegadas a través del éter eran acompañadas por Javier de una manera rudimentaria. “Con unos palos cilíndricos que le había arrancado a un revistero machacaba la banqueta de mi escritorio”, cuenta con una sonrisa. A los 14 años, munido de una almohadilla de goma, un par de palillos, un redoblante y un platillo, pasaba horas sumergido en el libro Método para batería, de Krupa, que le permitió conocer los secretos del instrumento.

El camino de Martínez hacia la profesionalización se inició con su ingreso a Los Secuaces. El cuarteto, que recreaba piezas del rock anglosajón en castellano, alcanzó el segundo lugar en el Festival de los Desconocidos. El certamen, realizado en octubre de 1964 en el Estadio Luna Park, estaba organizado por el programa televisivo La escala musical. El premio obtenido consistió en presentaciones en el popular ciclo y actuaciones en clubes de Capital Federal y Gran Buenos Aires. Ese año, Javier conoció un reducto de jazzeros y rockeros: La Cueva. En aquél sótano, ubicado en Pueyrredón 1723, se topó, entre muchos otros, con Mauricio “Moris” Birabent. Junto a él, durante el verano de 1965/66, dio vida a Los Beatniks. El conjunto, cuyo repertorio oscilaba entre el blues, el rock y el bolero, animó las noches de Villa Gesell en el Juan Sebastián Bar. De regreso a la gran ciudad, se sumó a Gaston’s Group. El trabajo con el combo le permitió comprar, a crédito en Casa América, una batería CAF.

El 5 de octubre de 1967, en la Sala del Centro de Experimentación Audiovisual del Instituto Torcuato Di Tella, se realizó el espectáculo Beat Beat Beatles. El evento homenajeaba a los genios de Liverpool mediante proyecciones de diapositivas, films y bandas en vivo. Entre los seis grupos participantes se encontraban el de Martínez y Bubblin’ Awe, cuyo guitarrista era Claudio Gabis. Su virtuosismo temprano se debía a largas horas de práctica que concluían cuando sus dedos -literalmente- sangraban. Sus amplios conocimientos de folk, country y blues los había adquirido por la escucha de discos obtenidos a través de la Biblioteca Lincoln y la lectura de revistas norteamericanas como Down Beat y Hit Parader. Durante los momentos previos al concierto, el baterista escuchó como Gabis estiraba una de las cuerdas de su instrumento. Dicha técnica, típica del blues para obtener notas más agudas, era inusual entre los músicos locales. Al finalizar el festival, intercambiaron saludos y quedaron en contacto.

Gaston’s Group y Bubblin’ Awe ensayaban a pocas cuadras de distancia. La relación entre ambas bandas comenzó a ser fluida. De hecho, Gabis terminó registrando un preciso riff de guitarra distorsionada en “Oasis”, una de las piezas del primer simple de sus colegas quienes, por entonces, ya habían castellanizado su nombre. Sobre finales de 1967, Javier invitó a Claudio a sumarse a un proyecto tan ambicioso como inconcebible para aquellos tiempos: armar un conjunto de blues en castellano. La música beat hecha en el país (aún no existía el rótulo “rock argentino”) estaba plagada de combos (Los Shakers, Los Walkers, Los Mockers y Los Knacks, entre otros) que interpretaban temas en la lengua de Shakespeare. “Todos me decían que no se podía cantar en español porque el idioma sonaba mal y carecía de swing”, narra Martínez. “En realidad, tenían miedo de dar ese paso. Yo, en cambio, lo necesitaba como medio de expresión”.


A principios de 1968, Martínez y Gabis, junto al tecladista Emilio Kauderer y el bajista Luis Alberto “Rocky” Rodríguez alquilaron un estudio de grabación para improvisar melodías. A los pocos días, Kauderer y Rodríguez se desvincularon del grupo. Sin embargo, en esa única sesión quedó plasmada la furibunda “Estoy en el infierno”, que encandiló al guionista Jorge Goldenberg. Su fascinación lo llevó, tiempo después, a ofrecerle al guitarrista un trabajo: musicalizar en vivo una obra en el Teatro Payró. Se trataba de una versión local de Viet-Rock, pieza antibélica de la norteamericana Megan Terry. Con vistas a cumplir el compromiso, Claudio sugirió convocar al bajista Alejandro Medina. “Mi primer instrumento fue la trompeta porque amaba el jazz, pero luego de escuchar 'Fever' por Elvis Presley y 'Popotitos' de Los Teen Tops me incliné por bajo”, revela. El músico había formado parte de The Seasons (banda con temas propios aunque cantados en inglés) cuya discografía incluía varios simples y un elepé: Liverpool at B.A..

El flamante trio se incorporó a los ensayos de la obra teatral bajo las órdenes de Jaime Kogan. El director, según las escenas en cuestión, exigía climas musicales que denotaran emociones tan diversas como el miedo, la alegría, la ira y la tristeza. Al no recibir una remuneración por su labor, el combo renunció al proyecto. De todas maneras, la experiencia le proporcionó una notable capacidad de improvisación. La sonoridad lograda, una sólida mixtura de blues, rock y soul, impulsó al terceto a continuar trabajando en la casa de Medina. Hasta allí peregrinaban personajes variopintos de la bohemia porteña que los muchachos habían conocido en largas noches de tertulia en bares como La Paz o El Moderno. Una de las visitantes, la artista plástica Marta Minujín, los bautizó Ricota, en obvia referencia al grupo inglés Cream.

En septiembre de 1968, los músicos fueron invitados a una fiesta en la casa de Susana Lugones Aguirre. La apodada “Pirí” era la mano derecha de Jorge Álvarez, editor literario cuyo catálogo ostentaba títulos como Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, y La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig. En la reunión, Gabis le mostró a Martínez una secuencia de acordes y anotaciones realizadas durante un paseo nocturno por el partido de Avellaneda, en el sur del Gran Buenos Aires. “Mencionaba algunos conceptos -vía muerta, tren de carga- que funcionaron como disparadores de la maravillosa poesía que escribió Javier, en ese departamento, en menos de una hora”, asegura el guitarrista vía telefónica desde Madrid. Ambos le interpretaron la novel creación a Álvarez quien quedó hechizado por la poética discepoliana y la voz aguardentosa del baterista. A los pocos días, su deslumbramiento se acrecentó al presenciar un ensayo del trio.

Álvarez financió la grabación de un par de piezas del grupo con el fin de mostrar ese material en diversas discográficas. Paralelamente, junto a su socio creativo Pedro Pujó, convenció al terceto de cambiar de nombre. Fue Martínez quien propuso Manal (una deformación de la palabra mano) a propósito de la expresión “¿cómo viene la mano?”, muy usada por aquellos días. Tras el rechazo de varias compañías, el editor decidió lanzar las canciones por su cuenta. Entonces, junto a Pujó y otros dos jóvenes talentosos como Javier Arroyuelo y Rafael López Sánchez, creó un sello propio: Mandioca. El debut en vivo del combo se produjo, ante una platea de celebridades como el cineasta Leopoldo Torre Nilsson y el escritor David Viñas, el 12 de noviembre de 1968 en la Sala Apolo, ubicada en la Avenida Corrientes 1382. La revista Panorama, en su despectiva reseña del concierto, reconoció “cierta eficacia” del trío aunque “neutralizada por la escasa calidad de los temas de su repertorio”.

En enero de 1969, los ideólogos de Mandioca inauguraron un espacio en la ciudad de Mar del Plata. Por aquél sitio, enclavado en Boulevard Marítimo Patricio Peralta Ramos 2829, desfilaron Manal y artistas del sello como Moris y Los Abuelos de la Nada. Allí, por un fin de semana, el trío mutó a cuarteto con la incorporación del guitarrista Norberto Aníbal “Pappo” Napolitano. Durante ese verano apareció el primer simple del grupo. El vinilo estaba presentado en un sobre cuya tapa, ilustrada por Daniel Melgarejo, se desplegaba en tres partes. El lado A contenía “Que pena me das”, una demoledora entrega donde la punzante guitarra de Gabis y la sólida base de Medina se amalgamaban con la furia desatada de Martínez quien, mientras aporreaba la batería, escupía su indignación contra los militantes de la histeria y la banalidad. En el lado B había otro mazazo: “Para ser un hombre más”, donde Javier dibujaba un certero retrato del “medio pelo” vernáculo. “Y si la respuesta a la mecanización de una vida, que es muerte, es el grito salvaje de lo que no quieren morir, ese grito es Manal”, sentenciaba Mario Rabey desde la contratapa de la placa. El trabajo fue ignorado por la mayoría de los medios.

A pesar de eso, Manal comenzó una arrolladora marcha que se extendió durante todo 1969. Conciertos en el Instituto Di Tella (31 de marzo), en el Teatro Coliseo (29 de junio y 6 de julio), en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias Exactas (16 de octubre) y una soberbia actuación en el Festival Pinap de la Música Beat & Pop ’69 (realizado los sábados de octubre y noviembre en el Anfiteatro Río de La Plata) determinaron su consagración. “Éramos un grupo de zapada cuya mayor influencia provenía del jazz -afirma Gabis-, por eso nunca tocábamos los temas de la misma manera”. “Improvisábamos de una forma audaz y a la gente le gustaba mucho” agrega Martínez. “Generábamos una atmósfera emocionante e intensa”, certifica Medina. La música del trío llegó a la pantalla grande con el estreno de Tiro de gracia, film dirigido por Ricardo Becher que contaba con la participación de Javier e incluía piezas (como la brillante “Sigmund’s Zoo”) que aún permanecen inéditas. Con la publicación de “No pibe”, una serie de máximas del baterista en defensa de los valores humanos por sobre los materiales, Manal obtuvo su primer éxito.

A principios de 1970 (algunas fuentes mencionan enero y otras febrero como el mes en cuestión) apareció el primer LP del trío, con la icónica tapa del artista plástico Rodolfo Binaghi. El fuego se abría con “Jugo de tomate”, donde un punzante riff de la factoría Gabis y el preciso bajo de Medina acompañaban a Martínez mientras ironizaba acerca de lo que se necesitaba para triunfar en la vida. Seguía “Porque hoy nací”, construida entre Javier, quien además de su voz cavernosa sumó una guitarra con efecto trémolo, y Claudio en órgano Hammond. “Hicimos tres pasadas para ajustar sonido y luego la grabamos en primera toma”, aporta Gabis. La letra, de carácter existencialista, reflejaba la pasión del baterista por autores como Jack Keruac y Albert Camus. El irresistible swing de “Avenida Rivadavia” mostraba a Medina, con gran solvencia, en la voz principal y a un Gabis descollante. “El solo lo improvisé pero el acompañamiento lo armé tratando de acercarme al lenguaje del jazz”, explica. El lado uno cerraba con “Todo el día me pregunto”, un blues de Javier con una sección media instrumental aportada por sus compañeros. Su letra exudaba tristeza y soledad. “Poeta, decía Friedrich Nietzsche, es el que tiene el coraje de confesarse”, cita Martínez.

El lado 2 comenzaba con el magnum opus del combo: “Avellaneda blues”. La pieza describía, con precisión fotográfica, esa porción del Buenos Aires industrial y proletario. “Me gusta mucho el paisaje urbano y quise retratarlo a través de la poesía”, dice Martínez. La letra, conectada con “Niebla del Riachuelo” de Enrique Cadícamo, revelaba otros gustos del baterista: el tango y la obra literaria de Roberto Arlt. El tema fue el único firmado por la dupla Martínez - Gabis. “Teníamos un excesivo amor propio que impidió colaborar más entre nosotros”, se lamenta Claudio. “Casa con diez pinos” aludía a una quinta de la localidad bonaerense de Monte Grande adonde Martínez solía concurrir y abría con un solo de batería que daba paso a una atmósfera cargada de soul. “Mis arreglos allí están inspirados en Steve Cropper, guitarrista de Booker T. & the M.G.'s, la banda detrás de Otis Redding”, detalla Gabis. El final llegaba con “Informe de un día”, tour de force de casi ocho minutos con clara influencia jazzística. El bajo distorsionado de Medina y la indómita guitarra de Gabis enmarcaban otra joya existencialista. “Desde el punto de vista de la construcción musical, es una de nuestras obras más ambiciosas”, evalúa el guitarrista.


Las canciones fueron grabadas en los estudios T.N.T. a través de dos magnetófonos Ampex de cuatro canales cada uno. Para registrarlas, los músicos utilizaron un método de reducción de pistas. “Grabábamos en una de las máquinas, luego pasábamos la cinta a dos canales de la otra y así nos quedaban pistas libres para agregar una armónica, un piano, coros o una segunda guitarra”, precisa Gabis. El compositor de las piezas era Martínez, pero la forma definitiva de cada una de ellas las moldeaba el trío. “Cuando Javier traía un tema, Alejandro y yo aportábamos elementos propios", comenta el guitarrista. "Juntos lo trabajábamos hasta dotarlo de la coloratura adecuada. Lo nuestro no pasaba por el blues a secas pues también adorábamos el jazz y el soul. En definitiva, era música negra afroamericana, porque además tenía influencias de los sonidos rioplatenses”.

El álbum tuvo buenas ventas, pero sus creadores jamás vieron un centavo en concepto de regalías. El dinero obtenido provenía solo de las actuaciones. El destrato económico, asociado a la limitada capacidad de difusión de Mandioca, motivó la ida del trío a la poderosa RCA. “Desembarcamos en un sello grande, pero para trabajar con gente que no comprendía nuestra música”, reconoce el guitarrista. “La contratación estaba más encaminada a eliminar una competencia que a hacer crecer un producto”. “La nueva compañía tampoco nos pagó, pero al menos estábamos donde habían grabado Carlos Gardel y Elvis Presley”, ironiza el baterista.

En diciembre de 1970 salió El León, un disco con grandes canciones aunque sin la brillantez de su antecesor. Las relaciones entre los músicos comenzaron a tensarse y una sobrecargada agenda laboral empeoró la situación. “Hacíamos cinco shows en un fin de semana, semejante trajín terminó afectándonos”, acepta Medina. “Cada uno deseaba un tipo de vida diferente. Entonces, decidimos separarnos”, declara Gabis. “Terminamos por el choque de egos”, define Martínez sin tanta diplomacia. La despedida, anunciada como “Chau Manal”, fue el 2 julio de 1971 en el Cine Pueyrredón de Flores.

Cincuenta años atrás, con la aparición de su descomunal LP debut, el trío parió el blues porteño y le otorgó identidad al rock hecho en estas tierras. El aniversario será festejado por Manal Javier Martínez, la versión de la banda que no incluye a los otros dos músicos originales, con un show este sábado en Lucille (Gorriti 5520). “Perduramos porque creamos una nueva música. Teníamos influencias, por supuesto, pero no imitábamos a nadie”, sostiene Medina. “Nos desviamos de los caminos trillados y, con el machete en mano, abrimos senderos en medio de la selva”, grafica el baterista. “Éramos tres tipos que, a veces, defendían sus ideas con demasiada vehemencia. A pesar de ello, alumbramos un trabajo inspirado que superó ampliamente nuestros propios egos”, concluye Gabis. En el número 1 de la revista Pelo, lanzado en febrero de 1970, venía un reportaje a Manal. Allí, con singular clarividencia, Martínez proclamó: “Vamos a llegar a ser populares y sin traicionarnos”. Así fue.


Miércoles, 19 de febrero de 2020
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