La Pluma y el Sentimiento- Luis Rubën Loetti
Restituto Ortiz Uno de los centinelas de nuestra soberanía.
Fue un 16 de abril de 1.982. El día se presentaba como siempre en la vida del Sub-Oficial Restituto Ortiz. El sol perezosamente anunciaba el amanecer de Punta alta y el frio que venía del mar, obligaba a encimarse ropas de abrigos. Igualmente, un viento helado traspasaba las prendas y lastimaba la cara recién afeitada del militar marino. Era exactamente la hora cinco y media de aquella mañana, cuando Restituto Ortiz tomó su bolso marinero y luego de despedirse de su mujer y los dos hijos, salió con pasos lentos rumbo a la parada de colectivo.
Su perro de nombre “Capitán”, como siempre lo acompañó y luego regresó a la vivienda con la cola entre las piernas, las orejas caídas y una especie de gemido en su inmensa boca.
16 de abril de 1.982. Fue la fecha que por última vez, la familia y su mascota vio a Restituto Ortiz con vida. Este acto, en realidad, fue el comienzo del final de esta sentida historia, ya que todo comenzó en Paso de los Libres, Provincia de Corrientes, un mes de noviembre del año sesenta y ocho. En aquella oportunidad, un joven empleado de Tienda “La Flecha” de Alberto Bejar, (y que en sus momentos libres realizaba changas en la Joyería “Picó” y la Tienda “Blanco y Negro” de la ciudad), se presentó a rendir examen de ingreso en la Prefectura Local. Luego de aprobado, recibió una carta con un pasaje de tren, que le informaba que debía trasladarse a la Isla Martín García a incorporarse a dicha fuerza. Con el tiempo, Restituto Ortiz fue un integrante de la Marina de Guerra en la especialidad “Control de Avería” del Crucero General Belgrano, nave que permanecía anclado en el Puerto de Punta alta.
Cuando partió de su ciudad natal, el joven Restituto Ortíz dejó a sus espaldas muchos amigos, sus familiares y el barrio que lo vio nacer; pero dentro de su corazón, llevaba un tesoro de nombre Magdalena, una niña con la cual formaría un hogar con Rosana Itatí y Antonio Aramís, sus hijos. Todo eso, conformó su mundo particular, en una vivienda ubicada en la localidad de Punta Alta, donde cada mañana aprontaba su mochila y salía rumbo al Puerto General Belgrano a cumplir con su trabajo.
Un dos de abril de mil novecientos ochenta y dos, el país se despertó sacudido por una noticia impensada: ¡la Argentina entró en guerra!.. Para el joven Sub-Oficial comenzaron a cambiar muchas cosas: pensaba en la seguridad de su familia, en el destino de su Patria y en su futuro inmediato, dado que como uniformado, tenía que mentalizarse que tarde o temprano sería convocado para ir al frente de batalla.
Fue un 16 de abril de 1.982, día que se presentó como siempre en la vida del Sub-Oficial Restituto Ortiz. El sol perezosamente anunciaba el amanecer de Punta Alta y el frio que venía del mar cercano, era más crudo que otras jornadas. Magdalena, la esposa del marino, que regresaba en horas del medio día a su casa, luego de dejar a los chicos en el jardín de infantes, observó al crucero General Belgrano que se hacía a la mar con destino a Malvinas. Instintivamente pensó en Rosana Itatí de seis años y en Antonio Aramís de cinco, mientras se pasaba la mano por la panza donde crecía el tercer hijo de nombre Restituto de apenas cuatro meses de gestación. Recién allí, la madre comprendió el extraño comportamiento de “Capitán”, el perro que lloró toda la noche anterior y regresó gimiendo de la parada del colectivo, luego de acompañar y despedir a su dueño.
El Crucero General Belgrano surcó las aguas del Mar argentino con una misión: patrullar las costas del continente en la jurisdicción de la Isla de los Estados. Pero en la guerra todo vale, según la filosofía de los piratas. La nave argentina estaba en la mira del submarino Conqueror, navegando fuera de la zona de exclusión. No obstante, un dos de mayo como hoy, cuando los relojes marcaban la hora dieciséis de Argentina, fue atacada y hundida, cometiéndose uno de los acostumbrados crímenes de la corona inglesa en la historia de la humanidad. Restituto Ortiz, que en ese momento descansaba en su camarote por haber cumplido su guardia, desapareció en las profundidades del océano y nunca más se volvió a saber de su destino.
Ese día fatídico se presentaba como siempre en el amanecer de Punta Alta, solo Dios sabía que no sería igual a otras jornadas. Quizás Restituto Ortiz se dio cuenta que el frió que venía del mar, era más frio que de costumbre. Su perro de policía, “Capitán”, que siempre lo acompañaba hasta la parada del colectivo, había demostrado un comportamiento distinto, presintiendo quizás, que un viento de tristeza iba a enlutar a la Patria entera. El cuerpo de Restituto se quedó para siempre en el fondo del mar, como un centinela que cuidará por siempre la soberanía de todos los argentinos.
RUBÉN LOETTI
Martes, 3 de abril de 2012