MAMÁS DE HOY Y MAMÁS DE AYER
Una mirada al interior de nuestra maternidad
Cuando somos madres (y también padres) debemos mirar nuestra historia, volver a recorrer la propia infancia para conectarnos con los hijos. Debemos mirar y aceptar a nuestras madres, tal y como fueron. Y amarlas. Cuando hablamos del tema de los límites, esbozamos un primer acercamiento a la importancia de la relación de una mamá con su propia madre y su infancia.
¿Por qué es importante conectarnos con nuestra propia infancia? La especialista Laura Gutman nos dice: “No podremos comprender, percibir ni compadecer a un hijo; si antes no hemos retomado el contacto íntimo con el niño que hemos sido”.
Los primeros años de vida marcan al sujeto humano y las relaciones con nuestros padres u otras figuras significativas, son las que nos dan nuestra identidad. Identidad que va cambiando, pero que siempre lleva la marca indeleble de aquellos primeros años de vida.
¿Qué sueños, fantasías, anhelos, miedos teníamos de niños/as?, ¿Qué se valoraba en mi familia? ¿Qué esperaban mis padres de mí y de mis hermanos? ¿Cómo se llevaban mis padres entre ellos? ¿Qué cosas me hacían llorar o me ponían triste y cuáles me llenaban de felicidad?
Un viaje interior
Tomar contacto con nuestra propia infancia puede resultar un tanto doloroso en algunos casos. Implica reconocer la infancia real que hemos experimentado. Verla. Sentirla. Pero esto no implica juzgarla. Lo que nos pasó, pudo haber sido lindo o feo, pero eso no es lo más importante. Lo verdaderamente importante es qué nos sucedió.
Nuestra madre pudo habernos dado más caricias, pudo haber sido de tal o cual modo. Eso no es lo importante. Lo importante es darnos cuenta de lo que sentimos y vivimos en relación a ese vínculo, sin juzgar cómo debería haber sido. En muchos casos hablamos de relaciones “conflictivas”.
Al respecto el psicoterapeuta alemán Bert Hellinger nos plantea: “Los conflictos son necesarios. Muchas relaciones con la madre están bloqueadas porque tenemos expectativas con respecto a esa persona que va más allá de lo que se puede esperar de un ser humano. Es terrible lo que les hacemos a nuestros padres con nuestras expectativas. Porque nos consideramos con derechos a pedirles cuentas por no haber sido como Dios. Pero sólo porque eran comunes, con defectos, casi los mismos defectos que tenemos nosotros mismos, crecimos y nos hicimos aptos para la vida.”
Con esto quiero decir, que al revisar la infancia no nos sirve ponernos como jueces de nuestros padres y de nuestro destino. Revisar y tomar contacto con nuestra infancia simplemente implica “caminar por las calles sin tener los ojos vendados”. Poder comprendernos y vernos a nosotros mismos de un modo más integrado; con lo que fuimos y lo que hoy somos.
Se trata de reconocer y de incluir las heridas, permitiendo que nuestros padres lleven la responsabilidad de lo que fue difícil o equivocado, y seguir queriéndolos con sus errores, y su realidad, tal como es y como fueron. Darnos cuenta y ver que algo fue equívoco, para no repetirlo; pero no intentar cambiarlo o juzgarlo por que fue así. Observar desde el niño (mirada sin juicio) que fuimos nos permite compadecernos y comprendernos, y poder comprender a los demás a través del amor y agradecer por lo que nos dieron, sin cuestionamientos y procurándonos hoy nosotros mismos aquello que anhelamos.
Una nueva relación
Haciendo este recorrido interno, podemos relacionarnos con nuestros propios hijos de un modo más sano. Reconociendo lo propio. Lo que tiene que ver con nuestra historia personal, con nuestras heridas, carencias y faltas; y dejarlos a ellos libres de cumplir con nuestras necesidades arcaicas que tienen su origen en nuestra propia infancia y no en nuestra relación con ellos. Muchas veces como padres pedimos a nuestros hijos cosas que no recibimos de nuestros propios padres y eso es algo que ellos no nos pueden dar.
También solemos caer en las mismas exigencias y tratos que quizás obtuvimos nosotros de nuestros padres. Por eso recorrer nuestra infancia “limpia” nuestra relación con nuestros propios hijos. De este modo podemos ver qué estamos repitiendo, qué pedido estamos desplazando a nuestros hijos que antes fue hecho a nosotros como hijos ¿? Y también nos permite cortar con ciertas exigencias y criticas que a veces dirigimos a nuestros padres y que si seguimos “andando a ciegas” más tarde, son las críticas que nuestros hijos nos dirigirán a nosotros.
El niño interior
Retomar contacto con nuestra infancia, implica también recuperar el alma del niño que aún late en nuestro interior Para reconectar con la vivencia de ver la vida como un juego, sin tantas preocupaciones. Con una mirada de alegría, de presencia plena. Si tenés hijos pequeños tenés la puerta de ingreso muy cerquita tuyo. Basta con sentarte a observarlos cuando juegan. No hay nada más que el momento presente. No hay nada más vivo que un niño.
La mejor manera de acompañar a los demás, y esto incluye a nuestros hijos, es entendiendo los puntos de vista del otro. Y eso solo es posible si hemos tocado en profundidad lo que vivimos nosotros mismos como hijos y como niños.
Por ello, evocar la propia infancia también nos ayuda a poder comprenderlos mejor. A poder mirar más allá de lo que nos dicen. A veces explico a los padres que me consultan que los niños, si bien se valen del discurso, a veces no saben cómo decir lo que les pasa; por eso ellos “nos hablan” a través de sus dibujos, a través de sus “berrinches”, a través de sus enojos, de sus juegos…
Si podemos recordar qué cosas queríamos y nos hacían felices de niños podremos entender con más facilidad que a veces un niño enojado es un niño que quiere un abrazo; que un niño “desobediente” es un niño que quiere que lo mires, que juegues con él; que un niño triste es un niño que necesita amor; que un niño que se siente amado por lo que es, es un niño feliz.
A veces estamos tan desconectados afectivamente de nuestra infancia, que para lograr un contacto profundo se necesita del acompañamiento individual de un profesional psicólogo especializado. También existen actividades terapéuticas grupales, especialmente diseñadas para el trabajo con el niño interior o niño que fuimos.
Entonces, ¿sirve evocar la propia infancia cuando somos padres? Más que nunca. Conectarnos con nuestra infancia nos ayuda a:
• Poder comprendernos y vernos a nosotros mismos de un modo más integrado; con lo que fuimos y lo que hoy somos; reconociendo e incluyendo las heridas que pudimos tener.
• Para poder comprender a nuestros padres.
• Para comprender mejor a nuestros hijos.
• Para recuperar la mirada hacia la vida de alegría e inocencia del niño que fuimos.
Por Lic. Camila Ontiveros Todone
camilaontiveros@hotmail.com
Sábado, 19 de octubre de 2013
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