La lucha de Sofía Alicio: fue a pintar la escuela de sus hijas, se cayó, quedó en silla de ruedas y ahora trabaja para volver a caminar
Sofía Alicio, es hija del Doctor Alicio, vive hace muchos años en Buenos Aires, y en febrero del año pasado se fue a pintar el techo de la escuela de sus hijas se cayó cuando estaba a 4 metros de altura, se golpeó la cabeza con una viga y se fracturó la columna. La comunidad libreña se conmovió al enterarse de esa noticia y en medio de la pandemia de una u otra forma querían ayudar y se hicieron cadenas de oraciones entre otras cosas. Hoy a poco mas de un año del episodio “Quiero levantarme de esa silla y volver a caminar” afirmó Sofía.
El 7 de febrero del año pasado, cuando la palabra cuarentena no significaba lo mismo, Sofía Alisio,, Hija del reconocido médico Dr. Nestor Alicio, mamá de Juana, de seis años y de Antonia, de cuatro, salió de su casa antes de las 7, porque hacía mucho calor.
La habían convocado del colegio de sus hijas para pintar el techo. Como es una escuela Waldorf, los padres suelen participar activamente en la preparación de las aulas para la vuelta a clases.
Sofía salió en su auto y media hora después ya estaba subiendo al andamio con un rodillo. Sus hijas dormían. En su casa, nadie sabía a dónde había ido, porque pensaba estar de vuelta para seguir trabajando antes de que las chicas se despertaran. Unas horas después, Juan, su marido recibió un llamado. Sofía se había caído de cuatro metros y se había golpeado con una viga. Del hospital de Ingeniero Maschwitz la trasladaron al Fernández.
Quedó en coma cuatro meses, hasta que despertó, cuando el país y el mundo ya estaban convulsionados por la pandemia. Se había fracturado la columna. La habían operado del cerebro y le habían sacado parte del cráneo. No tenía sensibilidad de la cintura para abajo. Estaba en una silla de ruedas.
Pese al duro pronóstico, Sofía decidió que quería luchar. “Quiero levantarme de esa silla y volver a caminar”, dice con una determinación que asombra. Sentada al sol en el jardín de su casa, toma el café que le alcanza su marido y sonríe mientras sus hijas le piden que les exprima un jugo de naranja.
Cuando ocurrió el accidente, al principio, Juan no encontraba el modo de hablar con sus hijas. El pronóstico era muy malo, no sabía si iba a haber secuelas. Ni siquiera si Sofía iba a pasar la noche. A Juana, la mayor se le ocurrió una explicación posible. Le dijo a su hermana que su mamá se había ido de viaje. Entonces el papá las escuchó y decidió contarles. Una maestra de la escuela le escribió un cuento para que Juan se los leyera y fuera más sencillo. Después del cuento, el papá les dijo que su mamá estaba dormida, como la bella durmiente. Y que un día se iba a despertar. Juana lo escuchaba y lloraba.
Ese despertar, llegó. Increíblemente fue el mismo día en que murió el papá de Sofía, que era médico de pueblo, en Paso de los Libres. “Fue como los jugadores de fútbol, que cuando salen le chocan la mano al que entra. Así, mi papá me volvió a dar la vida”, dice Sofía
El pronóstico que tenía no era alentador. Les habían dicho que podía tener secuelas neurológicas. Pero al poco tiempo, Sofía comprobó que no tenía afectada el habla, ni su capacidad cognitiva. Pero las perspectivas reales para volver a caminar eran escasas. “Empecé a trabajar en la rehabilitación, en el Fleni, pero no tenía obra social. Necesitaba unos 130.000 pesos por mes. Hoy son unos 150.000. Y nosotros no teníamos más ahorros. Ya habíamos gastado todo. Entonces fue cuando ocurrió el milagro”, cuenta Sofía y se emociona.
Los padres del colegio, y la propia escuela Waldorf Arcángel Gabriel, de Escobar organizaron una campaña para pagarle el tratamiento. Todos los meses buscan la forma de llegar a esa suma. Hacen campañas de donaciones, organizan clases de cocina virtuales, o vender flores que alguien les donó, o lo que sea. La decisión de ayudar a Sofía moviliza todos los meses a toda la comunidad.
“Hubo un momento en el que tuvimos que decidir. Si íbamos a hacer juicio por el accidente o buscar otro camino. Y nos alegramos de haber elegido abrirnos al amor de la comunidad. Porque la aseguradora del colegio podría haber respondido hasta un cierto punto. Pero nosotros sabíamos que una demanda podía resultar en que el colegio tuviera que cerrar. Y no era lo que queríamos, porque esa es la comunidad que queremos para nuestras hijas”, cuanta Sofía. Y desde el primer momento del accidente, la comunidad de padres y familias se puso al hombro a Sofía y a su familia. Mientras ella estaba en coma, le organizaron el cumpleaños a la más chiquita. El carnicero del barrio les llevaba todas las semanas milanesas, otras madres llevaban tortas y cosas ricas para las chicas. El amor desbordó por todos lados. Así que el día que Sofía pudo volver a su casa descubrió que no estaba sola en ese momento tan difícil.
“Un día un chico del colegio vino a traerme una torta. Para otro puede ser algo sencillo. Para mí fue una caricia tan linda… Algo que me repite cada día que vale la pena luchar”, cuenta.
Reencuentro El día que volvió a su casa, Juana y Antonia la miraban de lejos. Un día, su mamá las había llevado a la cama y leído un cuento. La vieron irse y apagar la luz. Cuatro meses después, la volvieron a ver con la cabeza rapada y en silla de ruedas, y sin poder dejar de llorar. “Tenía miedo a ese reencuentro. Cómo iban a reaccionar. Pero alcanzó con que me reconocieran para que vinieran corriendo a abrazarme. Y ahí entendí, que para ellas soy su mamá. Y eso alcanza. Descubrí que puedo ser una buena mamá aunque esté en silla de ruedas”, cuenta.
La vida de Sofía cambió muchísimo desde aquel día. Ella es licenciada en ciencias políticas y trabaja como consultora y analista de proyectos para organismos internacionales. El día del accidente, antes de salir, mientras tomaba mates en la galería de su casa tuvo este pensamiento: “Mi vida es hermosa.
¿Qué más le puedo pedir a la vida?”. Hacía dos años se habían mudado a la casa de Maschwitz. Vendieron su PH en Villa Ortúzar y decidieron hacer un cambio de vida. Compraron un terreno en un loteo y levantaron su casa con mucho esfuerzo. Juan hizo muchas de las terminaciones. Habían elegido esa comunidad y querían que sus hijas fueran a esa escuela. La respuesta a esa pregunta llegó pocas horas después.
“La verdad es que no hubiera elegido nada de lo que me tocó vivir. Pero si elegí la manera en que iba a vivir lo que me tocó. Esta experiencia me sirvió para aprender muchísimas cosas. Para abrirme a la comunidad, para dejarme sanar por la gente buena que tengo a mi alrededor”, dice.
Aunque todos los días trabaja entre dos y tres horas en su rehabilitación, los resultados se ven muy de a cuentagotas. Después de casi un año de trabajo, logró movilizar la cadera y recuperar la sensibilidad de la pelvis. Pero todavía no puede mover las piernas. Ni caminar. Sofía enfatiza el todavía, porque es lo que desafía el diagnóstico que le dieron. En la caída no solo se fracturó la columna.
La médula se partió en dos. “La realidad, al día de hoy es que no podría volver a caminar”, dice. Pero los médicos le dijeron que no perdiera las esperanzas. Que los avances científicos y médicos van muy rápido y que se ocupe por mantener en buen estado el cuerpo, para que cuando se descubra algo, ella esté en condiciones de operarse. Esa es su única esperanza. “Estamos animados, porque en Estados Unidos ya están hablando de un chip que puede lograr lo que hoy parece imposible”, cuenta Juan.
“Mientras tanto, yo voy a trabajar cada día para poder volver a caminar. Aunque sea a volver a estar en pie. Si aunque sea logro mover la pierna derecha, que es la que más me responde, la otra la arrastraré. No se cómo pero lo voy a lograr”, dice con una fuerza envidiable. Insiste aun cuando los resultados no están a la altura de su esfuerzo. Cuando horas de ejercicios y esfuerzo físico se traducen en pequeños movimientos milimétricos.
“Si yo tengo solo un uno por ciento de posibilidades, me abrazo a eso. Porque la alternativa es quedarme en la cama y deprimirme. Y no es el mensaje que quiero darles a mis hijas. Quiero que ellas vean que su mamá es alguien que peleó cada una de las oportunidades que tuvo. Y que jamás bajó los brazos”, dice.
Evangelina Himitian La Nación
Sábado, 29 de mayo de 2021
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