ELECCIONES 2019
Quiénes son los funcionarios PRO que analizan bajarse
Bajo diferentes justificativos, varios ya anunciaron su alejamiento y otros prefieren esperar al resultado electoral. Los casos de Garavano y Frigerio.-En el Gabinete nacional hay dos que están prácticamente descartados para el futuro. El caso es llamativo, porque ilustra el nivel de descontento que genera en muchos del oficialismo el grado de autoritarismo que, dicen, emana la cúpula del PRO.
Por Juan Luis González
En el único lugar que hay una orquesta como la del Titanic es, justamente, en aquel mítico barco transatlántico. En otros ámbitos, como la política, son pocos los hombres y mujeres de smoking que se quedan tocando las cuerdas hasta el final. Argentina no escapa a esta regla. A menos de medio año de las elecciones presidenciales, varios en el Gobierno, que zozobra como si se hubiera chocado contra la punta de un iceberg, están buscando nuevos horizontes en los que escapar a la desgracia o, al menos, sentirse más cómodos hasta que el viento vuelva a soplar.
Gabinete. Un funcionario consultado para esta nota definió el dilema con la experiencia que trae el tiempo: “Si ganamos, y sobre todo si ganamos bien, no creo que se quiera bajar nadie”. Salvo contadas excepciones, en las que ya no hay vuelta atrás, varios miembros del Gobierno que hoy se imaginan afuera podrían recalcular sus pasos si todo saliera demasiado bien. Pero los milagros no suelen ocurrir tan al sur del mundo y, si la economía sigue en picada, el oficialismo va a necesitar uno para reelegir.
En el Gabinete nacional hay dos que están prácticamente descartados para el futuro. El caso es llamativo, porque ilustra el nivel de descontento que genera en muchos del oficialismo el grado de autoritarismo que, dicen, emana la cúpula del PRO. Es que tanto Rogelio Frigerio, ministro del Interior, como Germán Garavano, ministro de Justicia, que se ven abandonado el barco a fin de este año, sienten que se vieron obligados a tomar esa decisión por el destrato que recibieron de parte de la Casa Rosada durante toda la gestión.
Ambos tienen la decisión tomada desde hace tiempo, pero recién en los últimos meses se animaron a empezar a recorrer el camino que separan a las conversaciones privadas del ámbito público. Cuando a Frigerio le preguntaron, en una entrevista en marzo en La Nación Más, si pensaba seguir en su cargo, su primera reacción fue una risa incómoda y la segunda fue aclarar que él cree en “la alternancia en la política”. Esas declaraciones cayeron pésimo en la Rosada, malestar que se le transmitió al ministro. Político con códigos, Frigerio jamás lo admitiría en público, pero está cansado de la tozudez con la que el Gobierno cierra la puerta al peronismo y a otros partidos, y sufre porque no lo consultan a la hora de tomar decisiones. Tiene un encono especial con Marcos Peña, que creció este año, cuando el jefe de Gabinete tomó la posta del armado de las listas de Cambiemos en varias provincias, como en Neuquén y Santa Fe.
“Nadie del Gobierno conoce más el interior que Frigerio, que lo recorre muy seguido, y ni nos consultan antes de las elecciones, es insólito”, se quejan desde el entorno del peronista. Es verdad que la relación tuvo momentos peores: en la fatídica cumbre de Olivos de septiembre de 2018, en la que echaron a Mario Quintana, Frigerio estuvo por un rato afuera del Gobierno, poniendo su renuncia arriba de la mesa. Al final no sucedió. En cuanto a su futuro, Frigerio, intervención de su amigo Horacio Rodríguez Larreta mediante -que, a su vez, lo sueña a su lado para una posible carrera presidencial en 2023-, se imagina en Washington a partir del 2020, presidiendo el Banco Interamericano de Desarrollo.
Garavano es otro que sufre el destrato. En los pasillos de su ministerio se han escuchado varias veces las frases “estamos podridos”, “nos critican todos”, o “somos el puching ball de Carrió”. La frustración del ministro tiene mucho que ver con los continuos ataques de la diputada de la Coalición Cívica, que lo ha tratado de “imbécil” y también pidió su juicio político, entre otras cosas. “Carrió nos vive pegando y nunca sale nadie de la Rosada a defendernos. Así parece que le dieran la razón”, cuentan cerca del ministro. En los últimos tiempos sufrieron otra estocada: se vieron obligados a impulsar el juicio político al juez del caso D’Alessio, Alejo Ramos Padilla. Según cuenta una fuente autorizada de ese entorno, nadie en el ministerio estaba convencido de esa polémica decisión, pero se vieron obligados por la insistencia de la Casa Rosada. Unos días antes de esa acción, Garavano había dicho, en la AM 990, que “cuatro años son realmente desgastantes”.
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Gabriela Michetti, la vicepresidenta, también le hizo llegar el siguiente mensaje a la cúpula del PRO: “Si no estoy en la lista, vuelvo a la actividad privada”. Es más una descripción de la realidad que un mensaje intimidante: a Michetti le gustaría repetir la fórmula, idea que hoy sigue siendo posible para los estrategas del Gobierno, pero entiende las reglas del juego.
Hundido. Hay más figuras en la lista del escape. Los hombres del Congreso, Nicolás Massot y Emilio Monzó, también avisaron que se van. Monzó, al que se lo ve seguido en las oficinas de Avenida del Libertador que tiene Sergio Massa, tiene motivos similares a los de Frigerio: siente que le falta pluralismo al Gobierno, y está cansado de la toma vertical de decisiones. Una embajada en el exterior es una idea, y otra, con la que fantasean varios en el peronismo “alternativo”, es que, si Macri pierde, se les sume a partir del año que viene. Massot es otro que tiene sus fichas fuera del país, luego de ganar una importante beca en la universidad de Yale, Estados Unidos, que sería la excusa perfecta para dejar el Gobierno. Cerca de él cuentan que no cayó nada bien que no lo tengan en cuenta para el armado de las elecciones provinciales en Córdoba, su provincia natal, que al final terminó en el “papelón” de que Cambiemos vaya a competir con dos listas.
Pedro “Piter” Robledo, director del Instituto Nacional de Juventud, también se va: viaja un año a China a hacer una maestría en Asuntos Internacionales. “Tengo 26 años, y si no lo hago ahora, en el futuro se me va a complicar. No tiene nada que ver con el Gobierno, es una decisión personal”, se defiende.
En la provincia de Buenos Aires hay dos apuntados. Si Martiniano Molina no gana la reelección en la intendencia de Quilmes, volvería al mundo privado, ya que no cosechó tantos amigos en la filas del PRO. Y el caso del intendente de Mar del Plata, Carlos Arroyo, es más singular: muchos en el gabinete de Vidal directamente quieren que pierda porque, simplemente, no pueden tolerar más sus desplantes. Sin embargo, por ahora los números lo ubican primero. Todavía hay tiempo para bajarse del barco.
Jueves, 11 de abril de 2019