Lanús estuvo irreconocible en el Monumental.
River ya ganó el partido de las convicciones
Lanús no fue Lanús en el Monumental. Nunca se paró con la actitud que se requiere para ganar un partido. No pateó al arco de Lux. No logró establecer jamás los circuitos creativos y ofensivos. Silva y Acosta se preocuparon más por impedir las subidas de Saracchi y de Montiel que por atacar.
Sand, un llanero solitario, pasó lógicamente inadvertido. Román Martínez ni cerca estuvo de pisar el área adversaria.
La lectura es inequívoca: Almirón y Lanús traicionaron su estilo; su manera de ver, de pensar, de entender y de jugar al fútbol. Jugaron a lo que no suelen jugar: a empatar. Y perdieron, como ocurre mayoritariamente en estos casos. Un planteo inexplicable, mucho más si se tiene en cuenta el inmenso valor que posee el gol de visitante. Sólo un milagro podía hacer que Lanús celebrase un gol, pero los milagros no son moneda corriente en el planeta de la número cinco.
Se podrá señalar que Lanús estuvo a sólo nueve minutos de concretar su negocio, pero eso no avala una mezquindad que debe haber desconcertado a su propia gente. Más aún: si Scocco recién a los 81 minutos hizo añicos el cero, se debió más a la ineficacia de River para trasladar su largo dominio a la red y para ponerse cara a cara con Andrada que a la resistencia de un equipo que en el segundo tiempo prácticamente no cruzó la mitad de cancha.
Ahora, a una semana del desquite, la incógnita se traslada a River. Porque lo de Lanús es casi obvio: en su casa, con la serie en contra, estará obligado a volver a sus fuentes, a respetar su idea primaria, a priorizar lo que generalmente prioriza: la audacia. ¿Y River? ¿Cómo jugará en su mente el 1-0 con el que se abrazó en Núñez? ¿Cómo presionará el hecho de hallarse a sólo noventa minutos de jugar otra final de América? ¿Podrá caer en la tentación del empate? “Nosotros no sabemos especular; vamos a jugar la revancha con nuestras armas”, enfatizó Gallardo cuando el triunfo aún estaba fresquito. “El arco en cero sirve; te da la posibilidad de ir a jugar allá sabiendo que un gol nuestro les puede generar un problema”, añadió como para prenderse a una realidad incuestionable. Y ya debe estar pensando en cómo acceder al arco de Lanús, una misión que les resultó imposible a sus dirigidos hasta los 36 de la segunda etapa. Scocco, una vez más, se puso la pilcha de salvador.
Si Gallardo cumple con su palabra, si su equipo no se aparta del decálogo natural del estratega y si es capaz de soportar el aluvión que -se supone- será Lanús desde el mismo instante en que la pelota dé su primera vuelta, a River le puede quedar a su gusto el desarrollo del compromiso. Si el Muñeco repite el dibujo con los cinco volantes del martes, estará en ellos -en los más lúcidos- ubicar la luz, el espacio, la sorpresa y el cambio de ritmo para desprenderse, internarse en los últimos metros de Lanús y, más que nada, asociarse con Scocco. Si ese notable jugador-goleador que es Nacho queda apartado del resto, probablemente el gol se estacione más en deseo que en certidumbre.
Sea como fuere, River ya ganó el primer partido del juego y, esencialmente, el de las convicciones. Su reto, ahora, es revalidar esa tendencia.
Miércoles, 25 de octubre de 2017