RIVER PLATE
River, un equipo de vuelo bajo y en crisis de identidad
En medio de la metralla de preguntas sobre la situación de Alario, el viernes pasado, Marcelo Gallardo desactivó a tiempo el debate que nació en la pretemporada, que se alimentó en los primeros ensayos futboleros serios y que parecía convertirse en la controversia principal en la vida de River.
“En mi cabeza siempre estuvo y está jugar con dos puntas”, se escuchó la voz del técnico, a pura contundencia, para enterrar la disyuntiva que le ponía los pelos de punta a la historia del club: el dibujo prácticamente inédito de cinco volantes y un delantero, para darle la espalda a la añeja tradición, o cuatro mediocampistas y dos atacantes (más Gonzalo Martínez muy cerquita de los últimos metros rivales), como dicta la lógica de un equipo que enarbola el estandarte del protagonismo. El debut en la Superliga, el sufrido 1-0 ante Temperley, confirmó la aseveración de Gallardo: actuaron Scocco y Alario. Mejor dicho: Scocco y el fantasma de Alario.
Aquel debate que se esperaba, el del juego, al fin de cuentas, quedó viejo y minimizado por el caso Alario. Un caso que no sólo sacó de eje al muchacho de Tostado sino a todo River: a los compañeros del Pipa, al entrenador -claramente fastidioso con el agente y con el entorno del jugador, los “encargados” de embalar a su joya-, a la dirigencia y al hincha. La alegría y la satisfacción por el muy interesante mercado de pases que se había concretado le dieron paso a la incertidumbre, a la preocupación y al desconsuelo. Justo, para colmo, en la vigilia del cierre de libros, cuando no existían las chances de reaccionar, ni siquiera de pegar un manotazo de ahogado. Así, explotó un nuevo y gran debate que dividió las aguas en Núñez.
“Estuvimos dispersos”, confesó Gallardo cuando los tres puntos disputados en el Sur ya se hallaban en los bolsillos de River. Y el más disperso, obviamente, resultó Alario: desperdició dos ocasiones nítidas de gol de las que él no suele despilfarrar. Consciente o inconscientemente, el Pipa jugó con la cabeza muy lejos de River.
¿Hizo bien el técnico en incluirlo? Cuando Driussi estaba por irse al Zenit de Rusia, Gallardo lo bajó del encuentro de ida frente a Guaraní, por la Copa Libertadores. Sin embargo, aquella vez había una carta a tiro: Scocco. Para preparar el compromiso contra Temperley, el Muñeco tuvo las manos atadas: si no ponía a Alario, ¿de quién podía disponer? De nadie. En todo el plantel no hay un delantero de las características del santafesino. Ni hablar de su calidad, de su jerarquía, de su extraordinario promedio de gol... Lo cierto es que Alario no fue Alario y River terminó angustiado para defender un triunfo que, con el verdadero Alario, hubiese liquidado mucho antes.
Más allá o más acá del Pipa, con los reparos relatados por la circunstancia tan especial que rodea a su as de espadas, River y Gallardo no deben perder de vista la actualidad de su fútbol de vuelo bajo. Y en este punto es oportuno regresar al primer debate: el del juego propiamente dicho. No hubo funcionamiento con cinco volantes y un punta; no hay funcionamiento ahora, con cuatro mediocampistas y dos delanteros.
El domingo, el técnico probó con Auzqui -pasó inadvertido en los 45 minutos que jugó y no justificó para nada su titularidad- y dejó en el banco a Enzo Pérez y a Rojas. Cuando los dos últimos ingresaron, en el segundo período, se vio un River mejor. A Gallardo le sobra inteligencia y criterio para saber que tiene una compleja tarea para el hogar...
Martes, 29 de agosto de 2017