ARZOBISPO DE CORRIENTES
Mensaje de Pascua de monseñor Stanovnik
Ante la Cruz de los Milagros y la bella imagen de la Virgen de Itatí, el alma de nuestro pueblo se estremece profundamente. ¿Quién no se emociona al encontrarse con la tierna mirada de María de Itatí?
Ante ella, la mano piadosa se alza espontáneamente para trazar el signo de la cruz sobre la frente. La Cruz y la Virgen representan un único misterio: Jesús muerto y resucitado.
La memoria religiosa y cultural del pueblo correntino está iluminada felizmente por el signo de la Cruz y la devoción a la Virgen de Itatí. Aún hoy la profunda religiosidad del corazón correntino se expresa con la señal de la cruz. No importa si viaja en un transporte público, en bicicleta o transita por la vereda, siempre se persigna cuando pasa frente a una iglesia. La Cruz y la Virgen representan el patrimonio espiritual más valioso que recibió como herencia el pueblo correntino.
Ambos signos están estrechamente unidos al misterio de la Pascua. La Cruz –el signo que mejor encarna una vida de servicio y entrega por amor a los demás– está presente ya en la noche del Jueves Santo. Esa noche, en la que Jesús fue entregado, tomó el pan, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes; y lo mismo hizo con la copa, diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre (cf. 1Cor 11,23-27). Al día siguiente Jesús dio su vida muriendo en la Cruz. Pero no quedó atrapado en las redes de la muerte: Dios Padre lo resucitó y sentó a su derecha. Por eso, la resurrección de Jesús es vida y esperanza nuestra.
Toda la potencia y la sabiduría de Dios se revela en Jesucristo Crucificado (cf. 1Cor 1,24). La Cruz es signo de la pasión y al mismo tiempo signo de la resurrección de Jesús. El foco luminoso de la resurrección, ilumina el cono oscuro de la pasión. De allí que seguir a Jesús es estar firmemente decidido a crucificar el propio egoísmo y vivir para Dios y al servicio del prójimo. Esa es la vida nueva que recibimos en el Bautismo, la que luego se fortalece con la unción en la Confirmación, y se nutre con la Eucaristía a lo largo de toda la existencia.
El otro signo –íntimamente ligado a la Resurrección de Cristo– está representado en la bella imagen de María de Itatí. Ella, la Madre de Jesús y madre nuestra, es el primer fruto de la victoria de Jesús sobre el mal. También ella, junto a su Hijo Resucitado, es vida y esperanza nuestra. A ella –peregrina y conocedora de nuestras necesidades– recurrimos confiados y le suplicamos dos gracias: la primera que nos dé un gran amor a su Divino Hijo Jesús, porque sin él la vida no tiene verdadero sentido; y la otra gracia que le pedimos es que nos dé un corazón puro, humilde y prudente, porque sin esas virtudes básicas no podemos acercarnos a Dios y tampoco encontrarnos con nuestros hermanos.
La Cruz y la Virgen –grabados en lo más íntimo del alma de nuestro pueblo– inspiran los sentimientos más nobles que Dios ha sembrado en nosotros. Son signos pascuales de un Dios que quiere vida plena para todos sus hijos; signos que nos convocan a trabajar sin descanso por una cultura del encuentro, a la que permanentemente nos exhorta el Papa Francisco. Renovemos gozosos nuestra fe en la presencia de Jesús resucitado y vivo entre nosotros, y sumémonos de buen grado a todas aquellas acciones que buscan el bien de los otros, especialmente de los más pobres, y tienden hacia una sociedad más equitativa y fraterna.
Les deseo a todos santas y muy felices Pascuas de Resurrección.
Viernes, 18 de abril de 2014