ENFOQUE
El nivel de los árbitros también es parte del fútbol que se tiene
El fútbol, la dinámica de lo impensado que definiera hace unas cuantas décadas el gran periodista Dante Panzeri, es un todo. Sus engranajes suelen desprenderse y desentenderse uno del otro, pero sigue siendo un todo y los árbitros son uno de esos resortes.
Así las cosas, los árbitros ponen lo suyo para ensombrecer el panorama: esa búsqueda de protagonismo histriónico de algunos (Lunati, Laverni, Pezzotta) y el trajinar cansino descomprometido de otros (Pitana, Echenique, Abal) arroja como resultado arbitrajes de una marcada pobreza técnica y un cúmulo de errores que parece no preocuparles.
La sucesión de malos arbitrajes no es algo de esta época, sino que se pueden rastrear fallas, errores y horrores en ese plano desde los orígenes mismos del fútbol, pero la mediatización lo que logra es la difusión masiva a través de la televisión y así es como un error se multiplica por cientos (o la cantidad de veces que lo repitan) y el espectador tiene un registro inmediato del yerro.
En ese marco, el fútbol suma y sigue, aunque podría pensarse que en realidad resta y permanece.
La pregunta del millón sería: ¿Y por qué los arbitrajes deberían ser mejores que el resto de las cosas que rodean y nutren al fútbol argentino? Una sucesión de dudas entonces se instala en el universo futbolero.
Una dirigencia incapaz de resolver los problemas derivados del poder que supieron darle a las barras bravas derivó en una prohibición de concurrencia del público visitante, y con ello le asestaron otro golpe a las finanzas de los clubes, especialmente los más chicos, que con la venta de entradas y plateas sumaban como para hacer frente a gastos esenciales.
Las deudas se acumulan en decenas y hasta centenas de millones de pesos (más de 400 debe Independiente; 250 es el número de River y 170 el de Boca) y las contrataciones empiezan a encontrar un techo natural que será el rojo de los clubes y la imposibilidad de pagarlos.
La pregunta del millón sería: ¿Y por qué los arbitrajes deberían ser mejores que el resto de las cosas que rodean y nutren al fútbol argentino?
"Si se sinceran los números en rojo, en tres años este sistema de organización del fútbol colapsaría y no se podría seguir adelante", dice un colega en medio de la redacción.
Otro añade: "Cuando los jugadores aprieten con eso de que se van a jugar a Ucrania, México o Chipre, hay que decirles `a qué hora querés que te mande el remís para ir a Ezeiza?`, y listo, pero hay que poner un límite".
Será por eso entonces que el nivel de juego es tan desparejo, más achatado hacia abajo que equilibrado, que significa otra cosa. Y si bien es emocionante ver que la competencia es entre varios equipos separados por pocos puntos, en verdad esa paridad se parece más a la escasez que a la rica pluralidad.
Como aquel hincha literario y querible del gran escritor uruguayo Eduardo Galeano, que andaba por la vida mendigando un caño, una gambeta, un taquito, en estas pampas nos conformamos con algún partidazo de vez en cuando, como Lanús-Vélez y Newells-Vélez en el torneo Final.
También esa maravilla que protagonizaron Defensa y Justicia-Banfield en la B Nacional, que por largo tiempo quedará en la retinas de quienes aunque sea por TV pudimos disfrutarlo: primero y segundo de la tabla, ambos sólidos candidatos para ascender, en un ida y vuelta sin tregua para terminar 5-3 para los de Florencio Varela. Clap, clap, clap. Gracias por ese regalo semestral, muchachos.
Así las cosas, los árbitros ponen lo suyo para ensombrecer el panorama: esa búsqueda de protagonismo histriónico de algunos (Lunati, Laverni, Pezzotta) y el trajinar cansino descomprometido de otros (Pitana, Echenique, Abal) arroja como resultado arbitrajes de una marcada pobreza técnica y un cúmulo de errores que parece no preocuparles.
Tal vez alguien les enseñe, y ellos tengan ganas de aprenderlo, que el mejor árbitro es el que pasa inadvertido.
Lunes, 7 de abril de 2014