NOCHE DE ZAPPING
Así volvió Julián Weich a la TV
Anoche, Julián Weich regresó a la tele con “Si los chicos quieren”, por El Trece. El formato es ideal para su estilo de conducción: un programa de juegos con cinco parejas, cada una de ellas con uno de sus hijos (niños de 2 a 4 años). Lo interesante es que mientras los adultos compiten por un premio en dinero, que llega hasta 50.000 pesos, los chiquitos juegan por jugar, en un sitio apartado del estudio, sin conocer siquiera las reglas del desafío.
Eso sí, de lo que hagan los chicos dependerá la suerte de los grandes. Uno de los padres acompaña a su hijo a la “plaza de juegos”, una sala llena de peluches y muñecos de colores.
Allí, guiado por el adulto, el niño debe cumplir en un minuto prendas tales como patear penales o hacer sándwiches de hamburguesas de juguete o mantener dos globos en sus manos haciendo oídos sordos a los títeres que les piden que se los den.
El otro padre apuesta en el estudio cuántos sándwiches o penales logrará hacer su hijo o si les entregará o no a los títeres alguno de sus globos. El título del programa hace honor a su espíritu: la corazonada del padre o la madre respecto de la conducta que desarrollará el niño en la sala de juegos se cumplirá sólo si el chico lo quiere. Luego, los adultos se enfrentan en una semifinal. La pareja ganadora pasa una última prueba en la que hay diferentes sumas de dinero escondidas en diversos chanchitos de cerámica. Según los chanchitos que elija será la cantidad de pesos que se lleve.
A mí, lo que más me divirtió fueron los chicos. Sus expresiones de asombro al entrar a la plaza de juegos. Sus comentarios. La enorme curiosidad con la que exploraban un almohadón, un muñeco o una mamadera gigante. Una curiosidad que a veces, le jugó en contra a la competencia que libraban sus padres. Por caso, lo que le ocurrió a Tiziano en la prenda “Tentampié”: debía mantener una pelota en sus manos durante un minuto. Pero apenas vio un autito saliendo de una caja, su atención se disparó hacia la novedad y dejó la pelota de inmediato. Hay algo fascinante en la capacidad de contemplación de los chicos. Anoche, me impactó comprobar qué poco apuro tenían ellos por pasar a la acción y cumplir la consigna que les indicaban sus padres; preferían observar e investigar a su aire ese salón lleno de objetos y colores. Me fascinó esa fascinación gratuita de los niños. Observaban cada una de las cosas por el sólo placer de verla. Tocaban todo por el gusto de descubrirlo.
Yo me hubiera quedado mirándolos todo el tiempo que duró el programa así no hubiera habido competencia ni adultos ni juegos. No soy original, sospecho. La espontaneidad de un niño frente ante una cámara suele ser irresistible. Si no, fíjense la altísima cantidad de visitas que consiguen en Youtube los videos que muestran chicos en situaciones de la vida cotidiana. Tal vez por que se pierde en la adultez, la inocencia de los más chiquitos es un imán para los ojos del adulto.
Mientras miraba el ciclo de Julián, recordé los versos que escribió Peter Handke para el film de Win Wenders “Las alas del deseo”, y los volví a juzgar bellos y ciertos:
“Cuando el niño era niño andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuera un torrente y que este charco fuera el mar.
Cuando el niño era niño no sabía que era niño,
para él todo estaba animado
y todas las almas eran una.
Cuando el niño era niño no tenía opinión sobre nada,
no tenía ninguna costumbre,
se sentaba en cuclillas,
tenía un remolino en el cabello,
y no ponía caras cuando lo fotografiaban […]”.
Sábado, 2 de noviembre de 2013