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Miércoles 24 de Abril de 2024

POR ROCIO DEL LOURDES PLANO

Un puente roto, un muerto y cientos de personas que arriesgan su vida
A una semana de haberse partido en tres un puente de más de cien metros de extensión, hay una persona desaparecida y otros cientos que desde ese momento ponen en juego sus vidas cada vez que se suben a una embarcación para cruzar el arroyo Guazú y cumplir con sus obligaciones de uno y otro lado del agua.

Nada es lo que parece. El sentido común no existe. Y el título de esta catarsis convertida en una columna de opinión puede parecer una exageración pero no lo es.

Tristeza. Impotencia. Indignación. Los tres sentimientos mezclados hacen un combo indescriptible para quien suscribe estas líneas. Nací, me crié y pasé la mitad de mi vida en este lugar donde los puentes son la única conexión con las oportunidades que todavía hoy Esquina no tiene.

Hace una semana, cuando los mensajes de WhatsApp mostraban fotografías de ese puente derrumbado, la primera reacción fue negar. “Esto no puede estar pasando”, fue el primer pensamiento. Cuando el correr de los minutos fue indicando que lo que parecía una pesadilla era la cruel realidad, comenzó a invadir la tristeza.

¿Cuántas veces pasamos por ese puente – y por los siguientes – y no pensamos que podía caerse? ¿Cómo van a hacer los enfermos para trasladarse hasta Goya o a hasta Corrientes? ¿Y los estudiantes que van a Goya? Las preguntas son muchas y demasiado básicas, pero al mismo tiempo responde a las carencias que tiene una ciudad que supera los 40 mil habitantes.

Pasó una semana de la caída del puente y, como si eso no bastaba para que la situación sea trágica, una camioneta con dos ocupantes desbarrancó cuando viajaba por la ruta que, en el momento del siniestro, hacía tres días estaba intransitable y en emergencia. Somos parte del elenco de una película de terror que paraliza del miedo. Y cuando las cosas no salen como se esperan, quienes se visten de protagonistas en las buenas, no quieren hacerse cargo de su lugar en las malas. Ese lugar por el que pelearon y le prometieron imposibles a sus electores.

Ayer, seis días después de haber recibido decenas de imágenes del escenario del horror quisimos ir a ver, a respirar, a sentir, cómo era eso de vivir unas horas aislados. Los controles desde la Policía Caminera de Riachuelo hasta San Isidro se multiplicaron. Nunca en 19 años, de viajar de Corrientes a Esquina y viceversa, vi tantos agentes cumplir con su obligación, de estar en el medio de la calzada haciendo preguntas a los automovilistas. Nunca.
Después de casi 300 kilómetros de viaje sobre la Ruta Nacional Nº12 llegamos hasta el lugar donde se improvisó una escalera hacia el río Corriente. Allí amarran las lanchas para que, los esquinenses y goyanos que diariamente necesitan ir a una ciudad o a la otra, puedan cruzar por agua lo que hace una semana hacían por tierra.

Casi sin pensarlo demasiado y con la inconsciencia necesaria para hacer, lo que en otro momento no hubiera hecho, saltamos a la lancha que nos llevaría al otro lado del río. Recién desde allí, en medio del agua, pudimos ver el puente roto. Vimos el lugar por donde cayó la camioneta. Algo que corre por las venas, nos paraliza. Es la sangre que nos recorre el cuerpo y en ese preciso momento la sentimos como un hielo que nos hace temblar. Estupor. Llega un momento en el que la imaginación infinita tiene un límite. Que haya desbarrancado un auto en ese contexto, no me es posible imaginar.

¿Cómo sigue la vida de las personas que viven en Esquina? Pasaron siete días y lo único que tienen es un muerto y mucha gente arriesgándose en cada cruce. La corriente del arroyo Guazú, en esa zona, es fortísima. Sin embargo, todos parecen tener un motivo urgente para hacer trámites en la ciudad vecina, tanto de un lado como del otro.

El Municipio dispuso embarcaciones para brindar ese servicio a los vecinos, pero la solución de fondo todavía no está. Hay tibias señales de que puedan montar un puente provisorio. Recién al sexto día de caído el viaducto salieron a inspeccionar posibles trazas para instalar un Bailey. “Al parecer nadie sabe qué es lo que necesitamos y menos cómo hacerlo”, dijo una mujer desesperada por la situación y, aunque quieran negarlo, la vecina tiene razón.
En pleno Siglo XXI, cuando la tecnología nos permite borrar las fronteras y las distancias, con sólo una pantalla multitouch, una población de casi 50 mil habitantes sufre el derrumbe de un puente. No todos, pero muchos de ellos debieron modificar sus vidas tras la desaparición de esa estructura de cemento que les permitía ir a dar clases a una escuela rural o hacerse diálisis a un hospital de Goya o quimioterapia a un Centro Oncológico de la misma ciudad. Esa transformación en su rutina diaria les traerá aparejada consecuencias que todavía no pueden dimensionar. La incertidumbre reina en el lugar pero hay algo más que se apodera de ellos: es el miedo a sentirse abandonados.

(Diario Epoca)


Sábado, 15 de julio de 2017
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