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Martes 7 de Mayo de 2024

Por Alfredo Serra

Qué lección dejó el profesor que perdió su batalla contra los celulares
Los alumnos no abandonan su gusto por las selfies, ni siquiera en el aula (Shutterstock).-El catedrático uruguayo Haberkorn sacudió a las redes sociales con su carta sobre el profundo impacto del uso del celular en el aprendizaje. La punta de un inmenso iceberg de ignorancia, mediocridad y riesgo para el futuro.
Los alumnos no abandonan su gusto por las selfies, ni siquiera en el aula (Shutterstock).-
"Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez. No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún día a dictar clases en una licenciatura en Comunicación.
"Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla."

"Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.
Claro, es cierto, no todos son así
Pero cada vez son más".

(Leonardo Haberkorn, profesor y coordinador hasta diciembre de 2015 de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad ORT de Montevideo, Uruguay)

Lo que acabo de leer es trágico. Y no uso la palabra "tragedia" en vano: así llama a la degradación educativa el eximio médico y profesor Guillermo Jaim Etcheverry, aterrado ante una estadísitca: más de la mitad de los alumnos de escuelas secundarias y de universidades (se refiere a la Argentina, pero está en consonancia con lo que denuncia Leonardo Haberkorn, el colega uruguayo) "no comprenden lo que leen". Excepto, claro, los brevísimos mensajes que permite la tecnología, reducidos además a abreviaturas sólo comprensible para un clan.

Mucho comprendo a Haberkorn. Durante más de veinte años (1985 a 2006) dicté materias de la carrera de Periodismo y Comunicación Social. No existían las selfies, y los celulares, el Twitter y el Facebook, avanzaban lentamente.

No eran todavía un virus ni una bacteria. No parecía haber peligro de infección ni de contagio. Pero sí era alarmante el desinterés por el pasado. Grecia y Roma eran, para ellos, sólo destinos turísiticos. La Segunda Guerra Mundial, un hecho lejano y sin ningún significado ni trascendencia. Apenas tenían una vaga noción de los años 70 de nuestra Patria, y mucho menos por qué los llamaban "Años de Plomo".

Tratar de que cumplieran un plan de lectura de grandes textos fue para mí una batalla tan dura como la que acabó derrotando al valioso profesor uruguayo. Pretendía yo que leyeran al menos un libro por mes, y sólo unos pocos llegaron a la última página de "A sangre fría", la novela de Truman Capote que es, además, una lección de investigación periodística.

Muchos alumnos manifiestan desdén por el saber y desinterés por el pasado… Los rodea una negra nube de indiferencia. Es la vida reducida a una pantalla de celular
No me rendí. Me retiraron al cumplir 65 años: disparate nacional que aleja a los profesores cuando más útiles pueden ser. Por sabiduría, vocación y pasión. Pero confieso que la indiferencia de los alumnos, como una niebla enfermiza de mediocridad, había empezado a desencantarme.

Ninguno de ellos había abordado a un gran autor. Ninguno había asistido a una ópera o a aun ballet. Pasé películas clásicas (monumentos…), pero rara vez la mayoría se quedó hasta el The End. Sólo los atraía el deporte y la música de moda. Para ellos, la historia del planeta había empezado con una reciente banda de rock…

Lo grave, lo dramático, no es sólo que Haberkorn haya depuesto las armas -las mejores-, lo realmente ominoso es que esa negra nube de indiferencia, desdén por el saber, la vida reducida a una pantalla de celular (útil, esencial a veces, pero no mañana, tarde, noche y trasnoche) cuyos dueños son incapaces de discernir ni de jerarquizar qué es importante y qué no lo es.

La rendición del profesor Haberkorn, su carta, su desencanto, su sensación de tiempo perdido y tal vez de fracaso, no se agita como una bandera blanca en una trinchera cuyos soldados están exangües y abatidos: se yergue como un desesperado grito de auxilio por el futuro.

Porque esos adictos a las selfies y toda la parafernalia en uso, algún día tendrán que asumir responsabilidades mayores: progresar en un empleo, dirigir una empresa, educar a sus hijos, etcétera. ¿Cómo lo harán, si su bagaje de ignorancia ni siquiera les permitirá escribir una carta pidiendo empleo? ¿Cómo, si la trilogía sujeto-verbo-predicado es para ellos un enigma insondable?

La cuestión profunda es cómo salir de ese pantano, de esa fábrica de ignorantes y mediocres. No hay otra salida que un firme pacto padres-maestros y profesores-alumnos. Si esa semilla no se recupera y no germina, habrá muchas más banderas blancas. Y no sólo en América latina, donde el fenómeno se repite. También en gran parte del mundo.

3.12.15--Lea la carta original del profesor Leonardo Haberkorn

Con mi música y la Fallaci a otra parte
Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez.
No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún día a dictar clases en una licenciatura en comunicación.
Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.
Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.
Claro, es cierto, no todos son así.
Pero cada vez son más.
Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de lado durante 90 minutos -aunque más no fuera para no ser maleducados- todavía tenía algún efecto. Ya no. Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal. Pero hay algo cierto: muchos de estos chicos no tienen conciencia de lo ofensivo e hiriente que es lo que hacen.
Además, cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado.
Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante en 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea. Les pregunté si sabían qué uruguayo estaba en medio de esa tormenta. Obviamente, ninguno sabía. Les pregunté si conocían quién es Almagro. Silencio. A las cansadas, desde el fondo del salón, una única chica balbuceó: ¿no era el canciller?
Así con todo.
¿Qué es lo que pasa en Siria? Silencio.
¿De qué partido tradicionalmente es aliado el PIT-CNT? Silencio.
¿Qué partido es más liberal, o está más a la "izquierda" en Estados Unidos, los demócratas o los republicanos? Silencio.
¿Saben quién es Vargas Llosa? ¡Sí!
¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno.
Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado. Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales.
En un ejercicio en el que debían salir a buscar una noticia a la calle, una estudiante regresó con esta noticia: todavía existen kioscos que venden diarios y revistas.
En la Naranja Mecánica, al protagonista le mantenían los ojos abiertos con unas pinzas, para que viera una sucesión interminable de imágenes, veloces, rápidas, violentas.
Con la nueva generación no se necesitan las pinzas.
Selfies Facebook Naranja MecánicaUna sucesión interminable de imágenes de amigos sonrientes les bombardea el cerebro. El tiempo se les va en eso. Una clase se dispersaba por un video que uno le iba mostrando a otro. Pregunté de qué se trataba, con la esperanza de que sirviera como aporte o disparador de algo. Era un video en Facebook de un cachorrito de león que jugaba.
El resultado de producir así, al menos en los trabajos que yo recibo, es muy pobre. La atención tiene que estar muy dispersa para que escriban mal hasta su propio nombre, como pasa.
Llega un momento en que ser periodista te juega en contra. Porque uno está entrenado en ponerse en los zapatos del otro, cultiva la empatía como herramienta básica de trabajo. Y entonces ve que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es solo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos. Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo.
Entonces, cuando uno comprende que ellos también son víctimas, casi sin darse cuenta va bajando la guardia.
Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante.
No quiero ser parte de ese círculo perverso.
Nunca fui así y no lo seré.
Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible.
Justamente, porque creo en la excelencia, todos los años llevo a clase grandes ejemplos del periodismo, esos que le encienden el alma incluso a un témpano. Este año, proyectando la película El Informante, sobre dos héroes del periodismo y de la vida, vi a gente dormirse en el salón y a otros chateando en WhatsApp o Facebook.
¡Yo la vi más de 200 veces y todavía hay escenas donde tengo que aguantarme las lágrimas!
También les llevé la entrevista de Oriana Fallaci a Galtieri. Toda la vida resultó. Ahora se te va una clase entera en preparar el ambiente: primero tenés que contarles quién era Galtieri, qué fue la guerra de las Malvinas, en qué momento histórico la corajuda periodista italiana se sentó frente al dictador.
Les expliqué todo. Les pasé el video de la Plaza de Mayo repleta de una multitud enloquecida vivando a Galtieri, cuando dijo: "¡Si quieren venir, que vengan! ¡Les presentaremos batalla!".
Normalmente, a esta altura, todos los años ya había conseguido que la mayor parte de la clase siguiera el asunto con fascinación.
Este año no. Caras absortas. Desinterés. Un pibe despatarrado mirando su Facebook. Todo el año estuvo igual.
Llegamos a la entrevista. Leímos los fragmentos más duros e inolvidables.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Ellos querían que terminara la clase.
Yo también.


Martes, 13 de septiembre de 2016
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